Foto: J.X.
Enrollarse cuerpo y alma con el alambre de un engranaje para no perder el equilibrio.
O
encadenar una palabra tras otra, como si fueran piezas de un cadena
que ha de mantenerte colgado de una pared escarpada del abismo.
Desde este
encadenamiento, desde esta atadura a la pared, él estará a salvo y
podrá ver abajo un fondo engañosamente oscuro, unas profundidades sinuosas, unas tinieblas petrificadas que en realidad no
son oscuras.
La oscuridad aparente es un fondo resquebrajado, un cúmulo de heridas abiertas que se desangran en un vacío iluminado, que se van convirtiendo -heridas y vacío- en sangre amorosa, que ya no se derrama.
No era sino una falsa ilusión óptica aquella oscuridad, aquella falta de luz que envuelve en tinieblas a cualquier herida que se derrama en el vacío, que luego se transformará en sangre amorosa, la misma que te acogerá cuando la caída ya sea irremediable, esa sangre que no se derrama, que ya no puede ser derramada, amorosa.
En
tales situaciones, escenificadas con frialdad por el destino abismal, puede haber una
segunda oportunidad de salvación, siempre difícil en el mejor de los casos. Pero nunca la
posibilidad de una tercera, que te ayude a salir de escena haciendo equilibrios, como es el caso de la situación imposible en que él,
nuestro personaje, se ve atrapado y atado al abismo.
Por lo tanto, la solidez
del alambre o cadena no es de máxima seguridad, y no tardará
demasiado en romperse, en quebrarse como una rama delgada y seca enraizada en la pared del abismo, con tres o cuatro flores marchitas.
De la misma forma, pues, a imagen y semejanza del conjurado destino abismal, suele repetirse la acción peligrosa cuando te cuelgas de la primera o de la última sílaba de algunas
palabras, a modo de rama, alambre o cadena atada a la pared escarpada de una
casa o de un precipicio, para que detengan la caída.
Aguantas suspendido en pleno vacío, balanceándote, grotesco, de un lado a otro, a fin de no caer todavía en el abismo.
Abismo cuya luz arde abajo, muy abajo, aunque el resplandor se oculte detrás de lo oscuro para que no nos
deslumbre durante la caída.
Abajo,
muy abajo, donde la luz se descompone en cristales azules que
reflejan la mano herida de la novia muerta. Resplandecen los huesos
en lo oscuro.