jueves, 26 de diciembre de 2024

EVOCACIÓN

Foto: J.X. 


Que el amor es querer hablarle a todo el mundo y todo el rato del ser amado.

Ana Iris Simón (de un artículo publicado en el diario El País, 12.10.2024)


Al hablar de ella, de la novia muerta,

contando anécdotas de su vida,

adondequiera y con quien fuera,

estaba hablando de amor,

proclamándolo a todo el mundo,

pero sin mencionarlo:

resguardaba la palabra amor.

Apuntaba en un cuaderno secreto

cada palabra que provenía de ella.

Así resguardada, contemplaba

la palabra, se demoraba mirándola,

y de este modo la invocaba a ella,

hasta que la rescataba de la muerte.

Al hablar de ella, esparciendo

la esencia de la novia muerta,

la recuperaba, y, sin mencionarlo,

fingía para los dos una nueva cita

y otra declaración de amor.

sábado, 21 de diciembre de 2024

DE CUANDO LA CALLE ESCUDELLERS ERA TODO NUESTRO MUNDO

 

                                                                 




 a Gabriel Moreras, de la calle San Martín, de Ciutat Vella, un amigo del alma 
in memoriam 
                                  

(Nombres y recuerdos de cuando la calle Escudellers se llamaba calle Escudillers)

Pensiones, Hostales y Habitaciones, la primera tienda de tejanos a medida, una Alpargatería, la Charcutería, la Mercería El Barato, granos y piensos Cal Graner (del señor Antonio), con alquiler de Triciclomotores, el Bar Los 4 Hermanos, el Estanco, una Lechería, una Verdulería-Frutería, una tienda de Maletas y Objetos de Piel, una Relojería, la famosa Carnicería (de la señora Rosa, que curaba los celos amorosos de los niños del barrio), una Joyería al lado de dicha Carnicería y enfrente de una Carbonería -más tarde sería expendeduría de petróleo refinado para hornillos y quinqués (tienda propiedad de la señora María), Bodega-Licorería (del señor Guillermo, alcalde de barrio, de mal genio, parecía franquista), Carpintería Mas (colaboraron en la base estructural de la escultura de la Virgen de la Merced para la basílica de la patrona de Barcelona), una tienda de Colchonería y Somieres, la prodigiosa Papelería Bambi, la Farmacia Ciurana, el Colmado Escofet, el Horno Morató, la Pescadería, el Restaurante-Charcutería La Concha, Pastelería La Flor, con sus helados de merengue y otras especialidades, Pastelería l'Estel, dos Barberías, Pesca salada, Huevería, Tocinería, Quiosco Carrión de reparaciones de relojes, el Colmado Antolín, Lámparas Jordana, y las tentaciones del Snak-Bar Tequila (barra americana, billares y futbolines) y del bar restaurante Grill Room. Aquí venían, a nuestra calle, a nuestra plaza de las palmeras, nuestro amigos extranjeros, los marines de la Sexta Flota, algunos acariciaban con ternura las cabezas de los niños de la calle y nos ofrecían chicles, luego bebían un “tanque de cerveza” y se iban con nuestras chicas a una escalera iluminada, misteriosa, y subían a un paraíso que nos estaba prohibido, como nos advertía un amigo mayor.

Nosotros, unos años después, ya en plena adolescencia, imitaríamos un poco a los marines con nuestros pantalones tejanos, pediríamos una caña de cerveza con calamares a la romana en la Cervecería Vivancos, o una caña y unos berberechos en la Cervecería Canarias: la primera felicidad de juventud, anunciando ya la proximidad de la magia de los primeros enamoramientos y el desastre de los primeros fracasos, resquebrajado demasiado pronto el espejo mágico.

Llegó un día en que descubrimos la calumnia social, cuando casi todo era pecado y delito: una escalera muy estrecha en un edificio de la calle Escudillers subía hasta un piso donde vivía un médico con su familia. Eran extranjeros. Un día se descubrió que el médico practicaba abortos, fue detenido por la policía y fotografiado en la primera página del semanario de "sucesos" El Caso (dirigido por el periodista Enrique Rubio). El médico abortista, en dicha fotografía, estaba sentado a la mesa de un restaurante en compañía de dos prostitutas, proclamaba la revista. Pero en realidad era la fotografía del médico con sus dos hijas, que los del barrio reconocimos enseguida. La madre, muy agradable y educada, y sus dos bellas hijas, continuaron viviendo en el barrio, valientes. No sabemos que pasó con el médico. Tampoco nos atrevíamos a preguntar en aquella sociedad siniestra, reprimida, que nos hacía cobardes y culpables. El mal era contagioso, y el bien era reformador. Todos éramos malos, todo estábamos embrujados en el reformatorio del falso Bien.

Prosigamos con el recuento de la vida embrujada de aquella infancia. En la esquina de la calle Escudellers con la calle Obradors, el cartel del Cine Castilla. Más allá, yendo hacia Las Ramblas, el puesto de periódicos, revistas y tebeos en una portería, y el recuerdo de Pitarra en un Taller de Relojería, desaparecida ya en aquel tiempo de nuestra infancia, y en cuya trastienda se celebraban las famosas tertulias de teatro y política federalista (hoy calle Avinyó, Restaurante Pitarra, cerrado), y donde crecieron los singlots poètics (hipos poéticos).

Una tienda de Fotografía, el famoso Restaurante Los Caracoles, con sus "pollos a l'ast" rodando y goteando grasa sobre las llamas del asador exterior del restaurante (propiedad del señor Bofarull, también actor y productor de cine, que siempre llegaba a la calle Escudillers conduciendo su calesa (que dejaba aparcada, con su caballo, en la calle del Vidrio, un callejón entre la calle Escudillers y la Plaza Real).

La Droguería Can Moro, otra Barbería, una Tienda-Bazar de Curiosidades (un pez de cristal, una carabela y otras muchas piezas), los Almacenes Escudillers de ropa de vestir  (con varios escaparates, planta baja y sótano), el internacional Hotel Comercio, la Pastelería l'Estel, la Sala de fiestas El Charco la Pava (después, New York), una Zapatería, otro Estanco, el Cine Alarcón, y en otra esquina, la calle Zurbano, en cuyo hotel del mismo nombre, Hotel Zurbano, residían los toreros, banderilleros y picadores que venían a torear a Barcelona (el mítico Chamaco, el mago del toreo, que regresaba al hotel, sin cambiar de ropa, con su traje de luces ensangrentado, y que acariciaba la cabeza de los niños que se le acercaban, maravillados).

Sin olvidar Al margen, la novela de A. P. de Mandiargues, el Diario de Escudillers, de Sergio Pitol (del libro El arte de la fuga). Al comienzo de la calle, el Bar Cosmos y, arriba, ya en tiempos modernos, la construcción de los Apartamentos Cosmos, frente a la estatua de Pitarra, y ya entramos de lleno en Las Ramblas de Barcelona: el Cine Principal Palacio (antes, Teatro Principal), el Club de Billar Monforte y La Gimnástica (tugurio de billares, futbolines y gente rara, sospechosa). Un recuerdo especial para el Cine Latino situado en un sótano del mismo edificio, una cueva llena de prodigiosas películas de aventuras, terror y ciencia ficción de tebeo: Fumanchú, el Capitán Marvel... Al Cine Latino acudían muchos abusadores (tocones) de mujeres y niños, personajes siniestros con sus largas manos peligrosas serpenteando entre las butacas de las salas obscuras, rompiendo el encantamiento del cine de barrio. A continuación, en la misma acera de Las Ramblas, el club Panam's, el Tabú (sótano-bar de fiestas, junto al Cine Mar), un local de Futbolines y Foto Ramblas (escaparate con fotos de bailaoras y boxeadores) al fondo del portal de un edificio en cuyo piso principal todavía está el Centro Regional Gallego. Siguiendo Ramblas arriba, en la misma acera, aparece El Liceo, majestuoso, inaccesible a los vecinos de aquel tiempo, reducidos a “ser mirones del lujo ajeno”. En la otra acera, casi enfrente, El Café de la Ópera, la tienda de deportes (y antigua armería) Can Beristain, el edificio de la Agencia de Aduanas Lerín (éste, Lerín, coleccionista de obras de arte que de vez en cuando adquiría al persuasivo “marxant de geniales pintores pobres”, Baldomer Xifré-Morros), y no olvidemos la popular Lotería Valdés. Cambiando de acera otra vez, un poco más arriba, el famoso Mercado de la Boquería, la Casa Beethoven (partituras de música, algunos discos y libros especializados, con un piano al fondo para ser tocado por el público entendido), la Joyería El Regulador (de Can Bagués), el bar Nuria y la Sastrería Modelo. Al otro lado de Las Ramblas, más abajo, la emisora Radio España de Barcelona, y los prodigiosos artículos y precios de los Almacenes Sepu, así como un Tablao Flamenco donde bailaba la madre de un niño del barrio, al que en casa llamábamos “el fill de l'artista” (el hijo de la artista). En este tramo de acera, cerca del Café Moka, hay una placa que recuerda el secuestro y posterior asesinato del político y traductor catalán Andreu Nin. 

Si ahora no hacemos caso de nuestra madre y cruzamos Las Ramblas, en dirección al Barriochino, nos espera el espíritu de Jacint Verdaguer en la iglesia de Betlem, el busto del pintor Fortuny en la calle que lleva su nombre, y el escritor francés Jean Genet, que da nombre a la placita donde está la Escuela Oficial de Idiomas, en El Barriochino, hoy denominado El Raval.

En suma: todo el mundo está aquí resumido, todo el Cosmos, con sus variadas tiendas, cines, bares, pensiones, hostales, habitaciones para dormir y para otras cosas misteriosas, calles recovecas, vagabundos sin casa y vagabundas con casa, y aquellos inolvidables niños y niñas del barrio, unos enamorándose por vez primera, y otros jugando a canicas, a piratas surcando los mares, a vaqueros cabalgando por los valles del mundo, entre El Paralelo, El Barriochino, Las Ramblas, La Plaza Real y La Calle Escudillers (según la grafía de postguerra), en uno de cuyos hoteles también vivieron George Orwell y su compañera, que por muy poco pudieron escapar de la muerte traicionera de la guerra civil, como él mismo cuenta en su libro Homenatge a Catalunya / Homenaje a Catalunya.

                                                                             

                                                                   El torero Chamaco  

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Fotografía: Oriol Maspons, Calle Escudellers. Del libro Barcelona, pam a pam (Barcelona, palmo a palmo), de Alexandre Cirici.

Fotografía: Suárez, Plaza Real. Niños (un servidor, arrodillado),  jugando a bolas, a meco, al hoyo o guá. No decíamos canicas. 


viernes, 20 de diciembre de 2024

SOSPECHAS DE AMOR

 

Cuenta la leyenda que una novia, antes de morir en el hospital, le había confiado a su mejor amiga que le escribiera cartas de amor a su novio, como si fuera su espíritu quien se las enviara desde el más allá.

Ese novio era muy vulnerable. Parecía de un cristal tan fino, que sin duda se rompería al recibir un golpe. No podría resistir, afirmaba la novia, la insoportable presencia de la muerte, de su muerte. El tiempo de duelo sería insufrible para él, a tal punto que acabaría matándolo, le contaba la novia enferma a su mejor amiga. Por eso ahora quería pedirle que lo tutelase, que lo acompañase en ese tránsito de dolor, como si él fuera su enamorado, su propio novio. Le rogaba, pues, que le enviara a menudo cartas amorosas, como si éstas fueran escritas inspiradas por la novia muerta. Puesto que él era de una familia que creía en los espíritus, a buen seguro que las leería como una verdadera correspondencia amorosa entre él y la novia muerta. No en vano una de sus tías paternas curaba los celos amorosos que padecían algunos niños y niñas del barrio.

Así, pues, a la muerte de ella, aquella amiga íntima debía hacer de mediadora, o, mejor dicho, de médium, y comenzar a escribir inspirados fragmentos de amor. Haría constar, al final de cada fragmento, que éste cobraba cuerpo bajo la advocación del espíritu amoroso de la novia muerta. Sin más explicaciones, debía enviarlo por mail al destinatario.

Sin embargo, el novio no era tan ingenuo como parecía. Él, pese a ser descendiente de una familia espiritista, siempre tuvo la sospecha que los citados fragmentos amoroso no eran de ella, de la novia muerta, es decir, de su espíritu invocado. Sospechaba, más bien, que debía de ser obra de otra clase de espíritu, un espíritu aventurero de esos que disfrutan entrometiéndose en la vida secreta de los enamorados, y se regocijan todos los días maleando la vida y la muerte con extraños fingimientos de amor correspondido.

El contenido era de una extravagancia mística, de una tal pureza exacerbada, que era imposible que el espíritu de la novia muerta mezclara tantas barbaridades profanas y sagradas a la vez. Eran como plegarias clavadas en flores de plástico, de esas que tanto abundan en cualquier cementerio.

Por otra parte, un indicio revelador del fingimiento amoroso: quienquiera que fuese el mediador o mediadora de tales fragmentos, ignoraba que ella, la novia muerta, era mucho más sensual, fuerte y deslenguada (en caso necesario) de lo que algunos se figuraban al juzgarla demasiado delicada.

Sin embargo, excusaba al remitente, fuera quien fuese. No todo el mundo tiene espíritu suficiente para consolar a un ser dolido por la muerte, ni tampoco la virtud necesaria para curar los celos amorosos de los niños.



martes, 10 de diciembre de 2024

LA PRESENCIA

Foto: J.X.

Nos habíamos refugiado en un bar, en la mesa más separada, e intercambiábamos confidencias.

Vivía en el límite, me susurró.

Pero éste no era su propio límite, sino el límite que le imponía la presencia de alguien que aparecía de pronto en cualquier sitio.

La presencia. Aquella presencia que, por ejemplo, en un bar como éste, se le ponía enfrente y lo convertía en estatua de sal. No podía huir de aquella mirada, de aquella masa que tenía delante, imponiéndose, cerrando cualquier escapatoria. Debía esperar hasta que llegara el momento oportuno, y seguro que tarde o temprano la presencia aquella desviaría la mirada, se fijaría en otro cosa que no fuera él, y entonces podría al menos cambiar de mesa, o, ya dispuesto a todo, salir del bar y escaparse.

Esta presencia: tal era su límite.

El límite que lo reducía, que lo hacía encogerse hasta desaparecer del lugar, hasta perderse de vista y no acordarse de sí mismo, como había leído en un poema, o como le sucedía a la criada secuestrada de un cuento.

¿Alguna vez podría romper y traspasar el límite, cruzarlo, ir al otro lado, lejos de la inoportuna y agresora presencia? ¿Mediante el arte del disimulo? ¿Tal vez mediante la poesía, que, según los entendidos, es verdad metaforizada, cuerpo disimulado, alma fingida?

¿Sería posible olvidar la enorme carga de este límite, esta abrumadora presencia, y transgredirla sin que se dé cuenta y te haga detener, ofendido, vociferando tu nombre?

¿Quizá saltar de un escondrijo a otro (porque no se trata de ir andando, sino de saltar sobre el vacío), y cultivar en una cueva brevedades amorosas, como flores de temporada señalada, bendecidas por quienes no tienen nombre.

Dolerse y morir de amor, es el inicio y la consumación del misterio. Pero dejemos ya de marear la perdiz del amor, desplumada por la maldición desde el principio de los tiempos, ¡y que cada uno haga lo que pueda y se las componga frente al muro aterrador de la presencia!, exclamó cuando ya salíamos del bar, y nos quedamos en silencio, a la deriva por callejones sinuosos, oscuros.


jueves, 5 de diciembre de 2024

PALABRAS EN LA PARED

Foto: J.X.

Escrito en la pared húmeda de un callejón:

Ser atado para siempre en el último abrazo.

Ser herida entrelazada a ti, que mueres.

Cautivo de lo que, en ti, resiste, muriendo.

Absortos los dos en lo último.

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Subo al autobús.

Tengo una cita con el silencio.

Voy al encuentro de la novia muerta.

Ella guarda para mí, curándolo,

el silencio resquebrajado en este poema.


Un pequeño ramo de flores amarillas, secas,

que no se deshojan y cuyo aroma

permanece vivo en la madera del armario,

como testimonio desamparado del más bello amor.


Dos palabras pueden contener todo un mundo:

amor desvalido.

Una sola palabra puede también contenerlo:

desvalimiento.