martes, 15 de octubre de 2024

CUARTETO DEL MÁS BELLO AMOR

                                                                    

I

DOS VIDAS

Eran dos niños que se querían. Un día los separaron, y murieron. Los sepultaron en el mismo cementerio, en nichos distintos.

Los días pasaban y la gente murmuraba: los dos niños salían de las tumbas a pleno día, jugaban y seguían queriéndose. Era un escándalo para los vivos.

Al final, la gente del pueblo decidió tapiar con más tierra y cemento las dos tumbas. Y los dos niños ahora ya no salen a quererse bajo el sol.

Pero corren rumores de que siguen viéndose en un lugar muy apartado, lejos, detrás de las montañas, y que siguen jugando y queriéndose pese a la muerte.


II

LEYENDA DE AMOR

Cuenta la leyenda que un sepulturero de la aldea, enterado del amor que se tenían una niña y un niño que fueron atropellados en el llano de un bosque mientras paseaban, decidió colocarlos juntos en un mismo ataúd.

Como eran dos niños muy delgados apenas se notaría la diferencia de peso entre las dos cajas mortuorias.

Pasado el tiempo, un amigo infiel del sepulturero confesó a uno de los familiares el engaño del entierro, y éste hizo una denuncia.

Las autoridades ordenaron la exhumación de los dos cadáveres y comprobaron que una de las cajas estaba vacía. Confirmado el engaño, el sepulturero fue despedido de inmediato.

Se procedió, pues, a un nuevo entierro, separando los esqueletos de ambos niños, colocando a cada uno en su ataúd y soledad correspondientes.

Llegó el día en que los dos ataúdes fueron desvencijados por falta de pago del mantenimiento del nicho. Los restos de los niños fueron arrojados a la fosa común, e incinerados un tiempo después con los otros esqueletos de la fosa.

Cuentan los del lugar que, cuando ardieron los huesos de la niña y del niño que paseaban juntos, el humo de la chimenea dibujaba pequeñas manchas rojas entre las nubes, como si fueran gotas de sangre amorosa.


III

EL CASO DE LOS DOS NIÑOS DESAPARECIDOS

Érase una vez dos niños que salían a pasear. 

Daban una vuelta por los alrededores del cementerio. Al cabo de una hora, regresaban.

Uno le daba la mano al otro, como si temieran perderse (se llevaban unos tres años de diferencia). No hablaban. Caminaban e iban contando los árboles.

Un día se alejaron tanto, paseando al azar, que atravesaron los bosques cercanos al cementerio. El niño más pequeño tenía un gran sentido de la orientación, pero aun así se extraviaron por el camino de vuelta.

Pasó el tiempo. Un día los funcionarios del cementerio municipal, por falta de pago del mantenimiento de los nichos, excavaron en el muro y sacaron los dos ataúdes blancos para arrojar los esqueletos de los niños a la fosa común. Era norma de obligado cumplimiento desnonar a los muertos por impago familiar de la cuota anual, repetían los funcionarios en voz alta, de mala gana, a los curiosos que, asombrados, murmuraban por esos traslados a plena luz del día.

Al abrir los dos ataúdes (de mala manera, puesto que al no disponer de las llaves correspondientes, golpearon con martillos los ataúdes hasta reventarlos), comprobaron que ambos estaban vacíos.

Imposible explicar la ausencia de los dos niños, advirtió la dirección del cementerio a los funcionarios. Por tanto, lo mejor era hacerse el tonto —concluyeron— y no comunicar nada a las familias respectivas.

La ausencia de aquellos dos niños, que habían salido a pasear y no volvieron jamás al cementerio, era un caso inexplicable.


IV

UN SÁBADO DE SOL FRÍO

Era demasiado pronto. El kiosquero de las flores aún no había llegado.

Arrancó un par de flores del jardín y las escondió en la bolsa.

Hoy, además, llevaba en la bolsa un botellín de cava y dos copas de plástico. Envueltos en un trapo del polvo para limpiar, antes del brindis, la lápida con los ocho versos de Emily Dickinson, encabezados por una flor.

En la Isla II (en este cementerio marino hay dos Islas) creía que no había nadie. Había quitado ya el polvo y se disponía a brindar con la novia muerta, cuando, de súbito, aparecieron dos personas. Decidió esperar y celebrar el brindis unos instantes después. Mientras tanto, dio una vuelta por la Isla. Logró descubrir a la cotorra que cantaba en lo alto de un ciprés. Hacía un sol frío. Al volver, comprobó que ya no hubiera nadie por los alrededores. Entonces, descorchó el botellín de cava y brindaron. La cotorra voló hasta el ciprés a cuya sombra se estaba celebrando el brindis. Aceptaron su compañía cantora y brindaron los tres juntos.

Cuando salió del camposanto, ya había llegado el kiosquero de las flores. Pero él ya había entregado su flor.

Mientras volvía a casa en autobús palpó un bulto en la bolsa. Imaginó que debía de ser aquel trapo para limpiar el polvo de la lápida. Abrió la bolsa e introdujo la mano. Con los dedos resiguió los pliegues rugosos del trapo. Uno de los pliegues era más suave, perfumado, como si en él se hubiera adherido polvo de flor seca. Lo cual le sorprendió, puesto que, antes del brindis con ella, con la novia muerta, había sacudido el trapo allí mismo, en una papelera, junto al ciprés.

Era un sábado de sol frío.



Fotografía: Photoroom.com

                                                                                  


martes, 8 de octubre de 2024

NIÑO MUERTO EN UN BAÚL

     Foto: J.X.             

                                                           

Un niño muerto escondido en un baúl, bajo cosas antiguas: abanicos, postales, juguetes, álbumes de cromos y fotografías. Una de las fotografías, arrancada de un álbum, de tamaño mediano, con un marco de cartulina dorada, retrataba la boda de los padres, ambos vestidos con trajes oscuros.

Al fondo del baúl, otra fotografía arrancada del mismo álbum, con el niño muerto escondido. Es una fotografía misteriosa: un pequeño ataúd, que resplandece por su blancura sobre un fondo de cipreses oscuros, medio quemados.
Es el primer hijo, el hermano muerto por la escasa atención médica al confundir una meningitis con una simple jaqueca de resfriado. Años cuarenta del siglo XX, en un Consultorio Clínico de Barcelona. Años, en aquella larga postguerra, de más muerte que vida.

En el baúl, dentro de un sobre en blanco, había otra fotografía, borrosa. Parecía una novia muerta, con un vestido arrugado, de un blanco amarillento -como las cubiertas rasgadas, anacaradas, de un viejo devocionario de primera comunión-, yacía en una cama de matrimonio, según constaba escrito detrás de la fotografía.

Él nunca pudo averiguar quién era. Tampoco se atrevió jamás a preguntarlo, ni siquiera a su tía abuela, la dulce hechicera que curaba los celos amorosos de los niños en la sala comedor de casa, junto al puerto.

Así comenzó el misterio de la novia muerta.



jueves, 3 de octubre de 2024

PASOS EN LA CUERDA FLOJA

 Foto: J.X.

Iluminar una palabra, extender la iluminación hasta un verso o una frase que será escrita, y fijarte en cada una de las palabras cuyo cuerpo en formación te lleva a un tiempo sin tiempo.

Hundir los ojos y esclavizar las manos hasta liberarlas en la forma que va adquiriendo el verso, la frase, como en un sacrificio primitivo.

Mantener el equilibrio unos pasos más y otros pasos más -no sabemos cuántos serán- en la cuerda floja del escenario abismal, sin una tupida red debajo para amortiguar las caídas mortales.

Aunque no pueda hablar contigo 

y todo sea muerte y todo sea ficción

este hablar contigo en el silencio de ambos

es un modo de hacernos revivir juntos

la búsqueda de un refugio en la intemperie del tiempo. 


miércoles, 2 de octubre de 2024

EL EMBRUJO DE UNA FRASE LARGA QUE SE CONVIERTE EN FLOR AZUL GRIS

Dibujo y fotografía: J.X.


Por su modo de andar, inclinando los hombros de un lado a otro y pisando fuerte con los pies, se diría que andaba con voluntad de pisar, de humillar a aquello que estuviera pisando a cada paso.

Pero había alguien (no diremos su nombre) que presentía lo que se ocultaba debajo de la acción de la suela de los zapatos, es decir, qué era lo que en realidad estaba haciendo al andar de aquella manera, inclinando los hombros a ambos lados y pisoteando con tanta dureza el suelo: lo que chafaba era su propio corazón, su propia alma* era el objeto maltratado, sometido a humillación por aquellos zapatos suyos que sin clemencia alguna troceaban su alma gastada, caída bajo la suela de los zapatos, rendida, machacada en el suelo a cada paso, a cada pisada. Él mismo era el verdugo y la víctima de aquella tortura.

Al ser torturada, el alma dejaba atrás un líquido sanguinolento que se escurría por el enrejado de las alcantarillas. ¿Sería un milagro que desembocara lejos de las playas y flotara como un ramo deshecho de flores de sangre y malas hierbas, lavadas por las aguas del mar? 

Por amor y por desamor, hay muertos que giran la cabeza y lloran. 

Pero hay una frase que se extiende en ramas que se curvan tierra adentro palabras que echan raíces bajo tierra desconocida hacia abajo hasta lo más hondo rozando a los insectos que guardan instinto y mala memoria de toda la tristeza del mundo y es entonces cuando las palabras atraviesan la humedad rescatan la ceniza se vivifican los restos petrificados de donde siempre saldrá una flor para el conjuro de cada maldición de amor que se transformará en esta flor azul gris que ya se abre bajo tierra para ti y gotea sangre amorosa de breve infinito.


Nota.

Usaba la palabra “alma” para significar algo más que “corazón”, pero no sabía qué.