Fotografía: Matilda Sagan, Plaça Reial
I
La
"Cervecería Canarias", al fondo de la fotografía, a la
izquierda. Al otro lado, estaba la "Cervecería Vivancos", hoy desaparecida y en su lugar está el restaurante "Les Quinze Nits", donde siempre hay colas de turistas, de extranjeros, como se decía antes.
La
"Cervecería Vivancos" también tenía un puesto de patatas
fritas: "Señora, churros no, sólo tenemos patatas fritas en papelina grande, o éstas, en papelinas de colores de 100 gramos", decían.
Mágicos e inolvidables los restos de patatas fritas. Porque de vez en cuando los camareros, a primera hora de la mañana, tiraban un cubo grande de restos de patatas fritas a la plaza, para las palomas, formando pequeñas colinas a las que también acudían los niños del barrio que en aquel momento estaban jugando en la plaza. Durante las vacaciones y los fines de semana los niños jugaban en la plaza todo el día, desde la 9 de la mañana a las 8 de la tarde, con un breve descanso al mediodía para ir a comer.
Mágicos e inolvidables los restos de patatas fritas. Porque de vez en cuando los camareros, a primera hora de la mañana, tiraban un cubo grande de restos de patatas fritas a la plaza, para las palomas, formando pequeñas colinas a las que también acudían los niños del barrio que en aquel momento estaban jugando en la plaza. Durante las vacaciones y los fines de semana los niños jugaban en la plaza todo el día, desde la 9 de la mañana a las 8 de la tarde, con un breve descanso al mediodía para ir a comer.
La Plaza Real era nuestra Escuela Libre, donde se aprendía a jugar a bolas, a correr y a pegarnos de una manera casi profesional (un sueño), donde ensayábamos noviazgos (otro sueño), rencillas y peleas amorosas, rodeados de toda clase de historias raras de personas mayores, líos de mujeres y hombres, de fulanas y macarras. Todo bien amenizado de vez en cuando por la llegada a la plaza de marines norteamericanos y sus novias efímeras con vocación de matrimonio (algunas lo consiguieron y luego se separaron). Novias que eran nuestras vecinas, primas o hermanas mayores (también alguna madre joven), que imitaban a las prostitutas profesionales y hacían de novia alquilada, por un día o dos, cuando venía la sexta flota al puerto de Barcelona a descansar, a divertirse y beber tanques de cerveza (vasos grandes de litro).
Los marines eran rubios, atléticos y simpáticos con los niños, a diferencia de los hombres españoles, de mal genio, resentidos, flacos, con bigote negro, mutilados por la guerra y la larga postguerra, o de los funcionarios fofos o enjutos que conducían aquellas camionetas municipales de limpieza para vagos y maleantes y mendigos, para mujeres pobres y niños abandonados. Sin olvidar las perreras, cuando casi nadie tenía perros en el barrio y todos, personas y perros, eran más vagabundos errantes que ciudadanos.
Eran simpáticos los marines, nos regalaban chicles y
otras golosinas, y luego se iban con sus novias alquiladas, con
nuestras chicas del barrio o con desconocidas, a las "Habitaciones" de enfrente, al
mueblé (decían los mayores) de la Plaza Real, junto al
Jamboree, o al de la calle Escudellers ("Se alquilan habitaciones"), o cruzaban la Rambla e iban al otro lado, al Barriochino, donde también teníamos amigos. Ahora llamado el Raval, barrio que tan bien ha sido representado en la obra poética y narrativa de Manuel Vázquez Montalbán, en las memorias de Terenci Moix, en la obra dramática de Josep Mª. Benet i Jornet o en la novela de Maruja Torres, Un calor tan cercano.
Tete Montoliu improvisaba en el piano
y Gloria Stewart cantaba un blues, la cantante negra que más tarde
sería involucrada por la policía en un robo
con homicidio. Los hijos de Gloria (la cita Manuel Vázquez
Montalbán en un poema del libro Una educación
sentimental) también venían a la Plaza Real con su madre, la cantante, pero no jugaban con nosotros, paseaban un rato y se iban.
Y fue pasando el tiempo, llegó la transición política, se fueron los vecinos de antes y llegaron otros a la Plaza Real, más modernos: Ocaña, Nazario, Lindsay Kemp, Lluís LLach, el arquitecto Oriol Bohigas, que transformó la plaza y la hizo más dura. Era la moda de las plazas duras diseñadas por algunos de los hijos de la burguesía tradicional barcelonesa, que estaban ya cansados de los jardines de sus padres y abuelos, y ahora bajaban a destrozar nuestras plazas, nuestros jardines, quitando los cuatro parterres y los bancos de piedra, quitando nuestra infancia..., pero aquellos niños ya no estaban en la Plaza Real para indignarse por la falta de jardines y bancos de piedra, algunos estaban en el "patio", en la plaza dura de una cárcel, y otros habían muerto de mala manera o morirían muy pronto con las nuevas drogas que ocupaban el barrio, y ya no volverían a la Plaza Real, a la hoy Plaça Reial de los turistas.
II
Y fue pasando el tiempo, llegó la transición política, se fueron los vecinos de antes y llegaron otros a la Plaza Real, más modernos: Ocaña, Nazario, Lindsay Kemp, Lluís LLach, el arquitecto Oriol Bohigas, que transformó la plaza y la hizo más dura. Era la moda de las plazas duras diseñadas por algunos de los hijos de la burguesía tradicional barcelonesa, que estaban ya cansados de los jardines de sus padres y abuelos, y ahora bajaban a destrozar nuestras plazas, nuestros jardines, quitando los cuatro parterres y los bancos de piedra, quitando nuestra infancia..., pero aquellos niños ya no estaban en la Plaza Real para indignarse por la falta de jardines y bancos de piedra, algunos estaban en el "patio", en la plaza dura de una cárcel, y otros habían muerto de mala manera o morirían muy pronto con las nuevas drogas que ocupaban el barrio, y ya no volverían a la Plaza Real, a la hoy Plaça Reial de los turistas.
II
Los
toreros que venían a torear a Barcelona se hospedaban en el "Hotel
Zurbano", hoy desaparecido, situado en una bocacalle de la
Plaza Real. Los domingos por la tarde, primero llegaba una calesa,
con cascabeles, que venía a buscar a los "picadores", que
ya iban vestidos con sus pesadas perneras de hierro sonando bajo las
arcadas. Después, el "maestro y su cuadrilla" se dirigían
a la Plaza de Toros en un coche negro, grande. Muchos vecinos
escuchaban la corrida por la radio. Al volver los toreros de la
Plaza, en la calle Zurbano y bajo las arcadas había muchos hombres,
algunas mujeres y un grupo de niños que esperaban a los toreros.
Sobre todo, esperaban con ansia ver a Chamaco, que regresaba al
hotel , siempre con su semblante serio, esquivo, con el traje de
luces ensangrentado, y acariciando alguna de las cabezas de los
niños de la Plaza Real que se le acercaban, admirados.
Siempre recordaremos su perfil agitanado, moreno, serio.
III
Pocos vecinos del Barrio Gótico recuerdan aquellas camionetas municipales (la "36" (jóvenes), la
"37" (hombres), la "38" (mujeres), una camioneta para cada grupo de personas según el sexo y la edad, semejantes a las camionetas
"perreras", pero algo más grandes) que capturaban a aquellos jóvenes que andaban más sueltos y sucios, pero que jugaban en la Plaza Real con los otros niños, más
limpios y que no eran perseguidos por la policía municipal (los llamados "grises" se ocupaban de otros menesteres). Pero también estos niños (más limpios) corrían como los otros (más sucios, los realmente perseguidos), por efecto contagio, solidaridad o miedo. Algunos eran detenidos, otros conseguían salir de la plaza y escabullirse, y los demás, después de mucho correr por las callejuelas aunque ya nadie nos perseguía, volvíamos más tarde a la Plaza Real. Pero la mirada había cambiado, los juegos ya no eran tan inocentes y crecía la desconfianza cada vez que entraba una camioneta desconocida en la Plaza Real.
Concha Ibáñez, Plaza Real (grabado)
También capturaban a los hombres y mujeres sin trabajo,
sin casa, y otros "vagos y maleantes". Decían que los llevaban a Montjuïc. Días después, los muchachos volvían a la Plaza Real con la cabeza rapada, más limpios, eran admiradas sus gestas marginales por los otros niños del barrio y todos volvíamos a jugar juntos.
Eran niños y jóvenes de uno y otro lado de las Ramblas, que se juntaban en la Plaza Real.
Eran niños y jóvenes de uno y otro lado de las Ramblas, que se juntaban en la Plaza Real.
Fotografía de Suárez: "Plaza Real", un servidor jugando a bolas con otros niños (no decíamos canicas), jugando a meco, hoyo o guá.
Esta fotografía la descubrí reproducida en el libro Guía de Barcelona, del escritor Carles Soldevila (Ed. Destino, 1951), muchos años después, cuando ya habían desaparecido de la Plaza Real los parterres, la Cervecería Vivancos, los bancos de piedra, la cantante Gloria Stewart, la infancia y algunos de aquellos amigos.
IV
Hay
una juventud que aguarda, de Francisco Candel, y Gog, de Giovanni Papini, fueron algunos de los
primero libros que tuvimos en las manos.
Aún
andaban lejos Kafka, César Vallejo, Pavese, y más lejos aún
Marcel Proust, etc.
Por
lo menos, lejos de nuestro camino de juventud y aprendizaje
autodidacta en la Plaza Real.
V
El
territorio de la infancia..., los primeros juegos en las calles, las
primeras caídas, las primeras novias y novios, el primer
encantamiento, la primera alegría, el primer fracaso..., en el
lugar mágico, en el territorio único de la infancia.
La
calle en donde nacimos algunos..., y jugamos en la Plaza Real, y nos
caímos y nos rompimos el brazo o el pie..., y donde aprendimos a
ser novios y novias espiando a los marines simpáticos, con sus
chicles (que nos regalaban), dando la mano a sus novias
alquiladas (cosa que aquí nadie se hubiera atrevido a hacer),
algunas eran hijas del barrio..., pero como éramos niños y nadie
había muerto aún en casa, jugábamos otra vez en la calle y
éramos felices..., aunque hubiera pocas fiestas y pocas diversiones para
nuestro padres.
Pero cuando la muerte venía y entraba en casa..., salíamos a la calle más solos, y cuando volvíamos a jugar ya era de otro modo, como si un ojo estuviera más triste que el otro.
Pero cuando la muerte venía y entraba en casa..., salíamos a la calle más solos, y cuando volvíamos a jugar ya era de otro modo, como si un ojo estuviera más triste que el otro.
Tete Montoliu y Lou Bennett en el Jamboree
La
cantante Gloria
VI
Fotografía:
Matilde Sagan
Esta
tarde hemos asistido a un pequeño y emocionante homenaje a Ocaña,
artista, vecino de la Plaza Real, que hace tiempo se vistió de Sol
y una de las bengalas que llevaba prendidas le incendió el vestido
de gasa, provocándole quemaduras de muerte.
Hoy ha sido coronado en una ceremonia que ha tenido lugar en el barrio, junto al estanque de su Plaza Real, como "Beata Ocaña".
Dos vírgenes, claveles rojos y tambores han acompañado al séquito del artista en la procesión por las Ramblas y la Plaza Real.
Hoy ha sido coronado en una ceremonia que ha tenido lugar en el barrio, junto al estanque de su Plaza Real, como "Beata Ocaña".
Dos vírgenes, claveles rojos y tambores han acompañado al séquito del artista en la procesión por las Ramblas y la Plaza Real.