La nieta del anarquista dice que su hermana escribe unos cuentos muy breves, microrrelatos, y pregunta si puede leer uno en el bar, en voz alta.
Tú misma, no hay ningún problema, ¿verdad, señoras y señores?, responde la dueña del bar.
Lo lee:
Era aquel tiempo en que, si alguien te denunciaba, la policía se presentaba en tu casa, te llevaban a la comisaría (rodeado de fotógrafos, si eras famoso), y, si había dudas y sospechas, estabas 48 horas en el calabozo. Al día siguiente, pasabas a disposición judicial, donde, si las dudas y sospechas continuaban y aumentaban, dictaban prisión preventiva y provisional. Entrabas en la cárcel, los medios de comunicación lo publicaban (con fotografías, si eras famoso), la opinión pública te condenaba y, al cabo de unos meses, te permitían salir de la cárcel (previo pago de una fianza alta, si eras famoso), y de este modo quedabas en libertad condicional. A la espera del juicio que no se había celebrado, pero que ya, por infusión divina político-jurídico-policial y revelación mediática (antaño, cuarto poder) de dudas y sospechas, te habían condenado de antemano, por anticipado y con urgencia, antes de celebrarse el juicio que probablemente te volvería a condenar por segunda vez, pero ahora ya de una manera oficial y definitiva.
Esto, más que un cuento, parece un panfleto típico de los anarquistas catalanes de otra época, comenta el politólogo del barrio.
Mi hermana, para que lo sepa, además de anarquista pacifista como mi abuelo, es poeta y se gana la vida narrando cuentos por bares y pequeños teatros. No como otros, que tienen más cuento que Calleja (el editor español de miles de cuentos, decía mi abuelo), y sólo saben cobrar comisiones.
Si utilizas el cuento de tu hermana para hacer una sátira sobre el nuevo Código Penal, me parece de muy mal gusto y peligroso, opina la cuñada del dentista.
¡Niña, vigila lo que dices, cuidado con estas bromas, que se te puede caer el hermoso pelo rizado que tienes!, advierte la fiscal del barrio.
No se trata de ninguna broma, sino de un cuento breve, uno de los muchos que escribe mi hermana, contesta la nieta del anarquista.
¿Artur Mas también podría tener condena perpetua (revisable)?, pregunta la hermana del informático.
¡Por favor, pero qué dices, se le inhabilita para cargo público, y punto! exclama la fiscal del barrio. No seamos brutos.
Siempre que no se descubran otras prevaricaciones y corrupciones, añade la cuñada del dentista.
¿Se refiere a los trajes de cola larga, muy larga, que se confeccionaban en Valencia?, pregunta la sobrina de la peluquera.
Que haya paz y poesía, que el viernes fue San Ildefonso, patrón de Toledo, interviene la dueña del bar.
Publicar, esto sí que es la condena perpetua de los poetas (y de los novelistas que no tienen a nadie que les escriba una recomendación), apunta el poeta romántico del barrio.
Ud. siempre con sus cosas, ajeno al mundo, salta la sobrina de la peluquera.
Perdone, que uno también está comprometido con su tiempo, no se crea, responde el poeta romántico. Hoy mismo he escrito un poema social, cívico, sobre los mundos paralelos del poeta y los derechos de autor, que no voy a leerles ahora porque no lo tengo terminado.
¿Mundos paralelos, qué es esto?, pregunta la dueña del bar.
Un momento, dice el politólogo abriendo su ordenador portátil. Voy a Wikipedia y...
¿Tan complicado es que hemos de ir a la enciclopedia?, pregunta la sobrina de la peluquera.
Un momento..., ya lo tengo, dice el politólogo, se trata de "la
paradoja cuántica del "gato de Schrödinger", vista desde el punto de vista de la interpretación de los universos
múltiples. En esta interpretación cada evento involucra un punto
de ramificación en el tiempo, el gato está vivo y muerto, incluso
antes de que la caja se abra, pero los gatos "vivos" y
"muertos" están en diferentes ramificaciones del universo,
por lo que ambos son igualmente reales, pero no pueden interactuar el
uno con el otro."
¿Los poeta serían a un tiempo gatos vivos y muertos, en universos paralelos como vemos en las películas?, pregunta la hermana del informático.
Más o menos, responde el politólogo.
¡Perdone, señor, que los poetas no somos gatos paralelos ni vivos ni muertos, como en La Gatomaquia!, exclama el poeta romántico. Pero sí que tenemos vidas paralelas cuando se trata de publicar y tenemos que ayudar a la financiación del poemario, es decir, "financiación paralela de la edición del poemario", dicho en términos economicistas. Esto es lo que quería decir.
No sabía que hubiera poetas financieros, indica la cuñada del dentista.
No lo interprete mal, señora, advierte la hija de la bibliotecaria. Mi madre tenía un novio poeta que aseguraba que él nunca había colaborado con los editores para publicar sus poemas, ya que era un poeta bien relacionado y reconocido por una parte de la secta o "casta", y era cierto (lo de la secta o "casta"). Pero lo que no decía era que los editores lo llamaban al cabo de unos meses de la publicación y le informaban que tenían en el almacén 850 (con suerte) de la edición de 1.000 ejemplares (números redondos) e iban a guillotinarlos, a no ser que él quisiera indultarlos comprándolos a precio de coste.
Así es, añade el poeta romántico, esto es lo que los entendidos llamamos la "financiación paralela del poemario", se haga de un modo u otro, antes o después de la publicación. En mi poema de denuncia hablo precisamente de la condena perpetua, revisable (a precio de coste el ejemplar), o, de lo contrario, el posterior guillotinamiento del poemario, salvo que el poeta, como decía, salga en el último instante como avalador y consiga rescatarlo de la guillotina.
Después de Navidades, me he visto obligada a devolver muchos libros, no sólo de poemas, sino también novelas, ensayos, etc., por falta de espacio para las nuevas novedades novísimas. Excepto los libros de cocina y las novelas históricas, que se venden algo mejor.
¡Hemos empezado con un microrrelato y las nueva leyes penales, y hemos acabado hablando de las penas poéticas y la guillotina!, exclama el humorista del barrio.
Como André Cheniér, poeta romántico guillotinado durante la revolución francesa, acusado de crímenes contra el Estado, dice la librera del barrio.
A ver qué dice Wikipedia, comenta el politólogo, a ver..., sí, ya lo tengo, André Chénier: "Fue
mandado ejecutar por Robespierre (que había sido una de
las personas más criticadas por Chénier en sus artículos
del Journal de Paris). Al atardecer André fue conducido en una
carreta hacia la guillotina, junto a una princesa de Mónaco, y
ambos fueron ejecutados en la Plaza de la Nación. Tres
días más tarde, Robespierre fue depuesto e igualmente guillotinado,
terminando así el periodo del Terror".
¡Vamos, como los poemarios y otros libros, todos con mordaza y guillotinados!, ironiza el humorista del barrio.
¡No, frivolice, caballero, no frivolice tanto, que un día se la va a pegar contra el muro, y no hablo de universos paralelos!, advierte la fiscal del barrio.