Foto: J.X.
La
candidez
del
primer amor
no
suele ser
inofensiva.
A
ella y a él,
la
ilusión inexperta
del
primer amor
los
destruyó.
Ella, mal sobrevivió,
casándose
muy pronto
con
un hombre torturador.
Él,
por su parte,
mal
sobrevivió
a
un intento de suicidio.
Mucho
tiempo después,
ella, ya separada del torturador,
se precipitaba de nuevo
en el dolor de la violencia,
de
un hombre a otro,
buscando
en vano
restos
de aquel primer amor.
Él,
pese a toda destrucción,
tuvo
la buena suerte gitana
de
encontrarse
con
una encarnación del amor
que
peregrinaba de París a Atenas,
pasando por Barcelona
(de cuya ciudad era nativa).
De
todos modos,
tal
encarnación natural del amor,
no
le fue revelada por completo
sino
años después,
en
tiempo de pobreza y malentendidos,
luego
de recaídas constantes
en
la barca averiada de la muerte.
Sin
embargo, en este caso,
y
no es paradoja,
el
azar del juego peligroso
apostó
a favor del amor.
Pero muy lejos ya
de aquel primer amor.