El día en que se cayó por la escalera del Ateneo de su barrio, aquel día la muerte no lo tenía previsto para él. No debía ser, pues, el día de su propia muerte.
Él iba pensando en la pérdida, en la reciente muerte de ella, y al bajar por la escalera puso mal el pie en un peldaño, como si alguien le hubiera preparado una celada invisible para que tropezara y rodara escaleras abajo, hasta caer de rodillas en el último rellano.
De modo que seguramente fue la muerte de ella que lo hizo tropezar contra el vacío de una escalera.
Como si la muerte de ella quisiera cumplir así con la plegaria que él rogaba a nadie en las iglesias, en los bares y en los sueños. Pedía anticipar la propia muerte e irse de ronda con la muerte de ella.
Pero la plegaria no llegó a cumplirse, y se salvó de una caída mortal al caer de rodillas en el último rellano de la escalera. Tan solo se dio un fuerte golpe al inclinarse todo el peso del cuerpo en la rodilla de la pierna derecha, que es la que tenía más frágil desde la infancia.
Así, pues, la plegaria no llegó a cumplirse, aún.
"Soy difícil de matar, desde que lo intenté por vez primera a los veinte años a causa de un fracaso amoroso", decía en el bar, con ironía, como si fuera un delincuente.
De algún modo, ya de niño -explicaba sonriendo-, había comenzado a sentirse como un fuera de la ley, un forajido del Oeste buscado por cazarrecompensas por haber robado dinero de la caja de la tienda de su familia, para gastárselo en partidas de futbolín y helados de nata de la pastelería "La Flor". Además de robar la pasta de un bolso de su hermana. Un perfecto delincuente infantil, duro de pelar, aunque luego se ganaría la vida escribiendo novelas románticas, populares, esos folletines que antes se vendían en los kioscos de prensa.
Incluso, en aquel tiempo, a punto estuvo de ser liquidado, atropellado en las vías de un tren, por un asunto escabroso. Un suicidio, en realidad, disfrazado de caída, otra caída más, un salto mortal, sin red, en su vida circense y amorosa -añadía, con cierto sarcasmo.
Un día se fue del barrio y nunca más volvimos a verlo. Dejó una nota en el bar para mí, que decía: "Gracias por escucharme. Toda mi vida ha sido una farsa más, como tantas."