viernes, 18 de abril de 2025

POEMA ESCRITO EN UN MURO

 

Foto: J.X.

Ya de niño participaba, desde la cama,

por las noches, desvelado,

escuchando las prodigiosas ceremonias

que oficiaba la tía abuela paterna

que convivía con su familia.

Muchas noches, ella salía de paseo

por el pasillo de casa,

con su esposo difunto del brazo,

hablando de sus cosas,

como aquellas tardes de café

con un matrimonio vecino,

y sus tertulias espiritualistas.


Aquel era un caso de “amor resucitado”,

respondía ella a las preguntas

del niño desvelado.

Su tía abuela remediaba también

los celos amorosos de niñas

y niños. Cuando los hijos se curaban,

las madres venía a nuestra casa

y la llenaban de flores.

Así, pues, ya de pequeño,

conocía el poder mágico

de la curación y resurrección del amor.


Por eso mismo, a él no le importaba

morir de esto o de aquello,

si antes los espíritus le permitían

celebrar una fiesta determinada,

o bien, permitir el noviazgo

entre él (14 años) y una vecinita (13 años),

cuya madre era una señora encantadora,

y el padre, borrachín, venía a casa

a poner inyecciones de penicilina

a la familia de la tía sanadora del alma.

Pero un domingo, de pronto,

se fueron del barrio,

y la niña y el niño, enamorados,

ya no pudieron bailar más.

Acaso enfermaran de ausencia.

En el pequeño novio,

y tal vez en la pequeña novia,

aquella tristeza aún pervive.


Esperaba tanto

de la ceremonia mágica del amor,

que se angustiaba al menor contacto físico,

y todo era caída y fracaso

y una tristeza infinita.

Hoy, en tributo de amistad,

dedicado a esos niños enamorados,

este poema escrito en el muro:


Si alguna vez nos quisimos,

saldremos al jardín de los almendros,

bailaremos nuestra canción

y volveremos a querernos.

Además, nadie nos molestará,

ni dejarán de tocar la canción

que más nos gusta,

ahora que estamos muertos.

viernes, 11 de abril de 2025

CARTAS DEVUELTAS

 Foto: J.X.


Sin casa, sin domicilio propio,

iba de una calle a otra,

vagando, sin ningún lugar.

(Hacía años que no se desnudaba

ante un espejo, ni ante nadie.)

La encontraron muerta en un lavabo público,

arrinconada en la fría intimidad del váter,

derramando cuerpo y alma

cloaca abajo, hacia el mar.


Todo había comenzado

-ese hundirse, ese hundimiento-,

el día en que recuperó una carta

que no había llegado a sus manos

por un error en el domicilio escrito en el sobre.

El cartero la devolvió a la Oficina Principal de Correos

haciendo constar: “Destinataria ausente”.

Ella sabía que su novio le había enviado una carta.

Fue a preguntar a la Oficina Principal de Correos.

Una funcionaria le indicó que preguntara

en la Sección de Cartas Devueltas o Muertas

(se denominan también así, “Muertas”, las cartas

que, al no poder ser entregadas al destinatario,

son devueltas a la Oficina de Correos).

La atendieron bien, y le aconsejaron que volviera

al cabo de dos o tres días.

Buscaron la carta, la encontraron y se la entregaron.

Ella salió corriendo de la Oficina de Correos,

angustiada, y abrió el sobre (observó que tenía

equivocado el número de su casa).

Su novio le confesaba

que ella no estaba preparada aún

para amar ni ser amada,

que aquel noviazgo carecía de futuro

y por tanto era mejor dejarlo.

Sin entender nada,

comenzó a merodear por las calles,

perdida, alucinada, sin atreverse

a volver a su casa, a casa de sus padres.

Pasaron varias noches (desde que leyó

la carta no soportaba vivir de día),

y fue entonces cuando empezó

a suicidarse, aunque nunca moría del todo.

Las náuseas le hacían

vomitar antes de tiempo las píldoras,

o la hoja de afeitar cortaba poco,

o los médico la salvaban otra vez

(su novio, de haberlo sabido,

le habría dicho que no sabía ni suicidarse).


Durante un largo período de tiempo,

ella también aprendió a matar

enviando cartas con el domicilio equivocado.

La verdad es que ha sobrevivido,

a duras penas, muy tocada el alma,

evitando los espejos, despreciando su cuerpo.

Se arrastra de una calle a otra,

casi moribunda , recordando siempre

aquel sobre con el domicilio equivocado,

aquella carta que una funcionaria encontró

en la Oficina Principal de Correos,

Sección de Cartas Devueltas o Muertas.

Aquella carta con la dirección equivocada,

que ella consiguió encontrar

y que leyó desesperada, sin entender, 

aquella carta que fue matándola

palabra a palabra.




Nota.

La autora del poema, en el último instante,

creyó necesario unir a la muerte

la expresión “amor mío”...,

según comenta el antólogo de la poeta,

ante la perplejidad de unos pocos lectores

que no ven por ningún lado escrita

la expresión “amor mío” en el poema.