(Nombres y recuerdos de cuando la calle Escudellers se llamaba calle Escudillers)
Pensiones,
Hostales y Habitaciones, la primera tienda de tejanos a medida, una
Alpargatería, la Charcutería, la Mercería El Barato, granos y
piensos Cal Graner (del señor Antonio), con alquiler de
Triciclomotores, el Bar Los 4 Hermanos, el Estanco, una Lechería,
una Verdulería-Frutería, una tienda de Maletas y Objetos de Piel,
una Relojería, la famosa Carnicería (de la señora Rosa, que curaba
los celos amorosos de los niños del barrio), una Joyería al lado de
dicha Carnicería y enfrente de una Carbonería -más tarde sería
expendeduría de petróleo refinado para hornillos y quinqués
(tienda propiedad de la señora María), Bodega-Licorería (del señor
Guillermo, alcalde de barrio, de mal genio, parecía franquista),
Carpintería Mas (colaboraron en la base estructural de la escultura
de la Virgen de la Merced para la basílica de la patrona de
Barcelona), una tienda de Colchonería y Somieres, la prodigiosa
Papelería Bambi, la Farmacia Ciurana, el Colmado Escofet, el Horno
Morató, la Pescadería, el Restaurante-Charcutería La Concha,
Pastelería La Flor, con sus helados de merengue y otras
especialidades, Pastelería l'Estel, dos Barberías, Pesca salada,
Huevería, Tocinería, Quiosco Carrión de reparaciones de relojes,
el Colmado Antolín, Lámparas Jordana, y las tentaciones del
Snak-Bar Tequila (barra americana, billares y futbolines) y del bar
restaurante Grill Room. Aquí
venían, a nuestra calle, a nuestra plaza de las palmeras, nuestro
amigos extranjeros, los marines de la Sexta Flota, algunos
acariciaban con ternura las cabezas de los niños de la calle y nos
ofrecían chicles, luego bebían un “tanque de cerveza” y se
iban con nuestras chicas a una escalera iluminada, misteriosa, y subían a un
paraíso que nos estaba prohibido, como nos advertía un amigo mayor.
Nosotros,
unos años después, ya en plena adolescencia, imitaríamos un poco a
los marines con nuestros pantalones tejanos, pediríamos una caña
de cerveza con calamares a la romana en la
Cervecería Vivancos, o una caña y unos berberechos en la Cervecería Canarias: la primera
felicidad de juventud, anunciando ya la proximidad de la magia de los
primeros enamoramientos y el desastre de los primeros fracasos, resquebrajado demasiado pronto el espejo mágico.
Llegó
un día en que descubrimos la calumnia social, cuando casi todo era
pecado y delito: una escalera muy estrecha en un edificio de la calle
Escudillers subía hasta un piso donde vivía un médico con su
familia. Eran extranjeros. Un día se descubrió que el médico
practicaba abortos, fue detenido por la policía y fotografiado en la
primera página del semanario de "sucesos" El Caso
(dirigido por el periodista Enrique Rubio). El médico abortista,
en dicha fotografía, estaba sentado a la mesa de un restaurante en
compañía de dos prostitutas, proclamaba la revista. Pero en
realidad era la fotografía del médico con sus dos hijas, que los
del barrio reconocimos enseguida. La madre, muy agradable y educada,
y sus dos bellas hijas, continuaron viviendo en el barrio, valientes.
No sabemos que pasó con el médico. Tampoco nos atrevíamos a
preguntar en aquella sociedad siniestra, reprimida, que nos hacía
cobardes y culpables. El mal era contagioso, y el bien era
reformador. Todos éramos malos, todo estábamos embrujados en el
reformatorio del falso Bien.
Prosigamos
con el recuento de la vida embrujada de aquella infancia. En la
esquina de la calle Escudellers con la calle Obradors, el cartel del
Cine Castilla. Más allá, yendo hacia Las Ramblas, el puesto de
periódicos, revistas y tebeos en una portería, y el recuerdo de
Pitarra en un Taller de Relojería, desaparecida ya en aquel tiempo
de nuestra infancia, y en cuya trastienda se celebraban las famosas
tertulias de teatro y política federalista (hoy calle Avinyó,
Restaurante Pitarra, cerrado), y donde crecieron los singlots
poètics (hipos poéticos).
Una
tienda de Fotografía, el famoso Restaurante Los Caracoles, con sus
"pollos a l'ast" rodando y goteando grasa sobre las llamas
del asador exterior del restaurante (propiedad del señor Bofarull,
también actor y productor de cine, que siempre llegaba a la calle
Escudillers conduciendo su calesa (que dejaba aparcada, con su
caballo, en la calle del Vidrio, un callejón entre la calle
Escudillers y la Plaza Real).
La
Droguería Can Moro, otra Barbería, una Tienda-Bazar de Curiosidades
(un pez de cristal, una carabela y otras muchas piezas), los
Almacenes Escudillers de ropa de vestir (con varios
escaparates, planta baja y sótano), el internacional Hotel Comercio,
la Pastelería l'Estel, la Sala de fiestas El Charco la Pava
(después, New York), una Zapatería, otro Estanco, el Cine Alarcón,
y en otra esquina, la calle Zurbano, en cuyo hotel del mismo nombre,
Hotel Zurbano, residían los toreros, banderilleros y picadores que
venían a torear a Barcelona (el mítico Chamaco, el mago del toreo,
que regresaba al hotel, sin cambiar de ropa, con su traje de luces
ensangrentado, y que acariciaba la cabeza de los niños que se le
acercaban, maravillados).
Sin
olvidar Al margen, la novela de A. P. de Mandiargues, el Diario de
Escudillers, de Sergio Pitol (del libro El arte de la fuga).
Al comienzo de la calle, el Bar Cosmos y, arriba, ya en tiempos
modernos, la construcción de los Apartamentos Cosmos, frente a la
estatua de Pitarra, y ya entramos de lleno en Las Ramblas de Barcelona: el Cine Principal Palacio (antes, Teatro Principal), el Club de Billar Monforte y La Gimnástica (tugurio de billares, futbolines y gente rara, sospechosa). Un
recuerdo especial para el Cine Latino situado en un sótano del mismo
edificio, una cueva llena de prodigiosas películas de aventuras,
terror y ciencia ficción de tebeo: Fumanchú, el Capitán Marvel... Al Cine Latino acudían muchos abusadores (tocones) de mujeres y niños, personajes siniestros con sus largas manos peligrosas serpenteando entre las
butacas de las salas obscuras, rompiendo el encantamiento del
cine de barrio. A
continuación, en la misma acera de Las Ramblas, el club Panam's, el
Tabú (sótano-bar de fiestas, junto al Cine Mar), un local de
Futbolines y Foto Ramblas (escaparate con fotos de bailaoras y boxeadores) al fondo del portal de un edificio en cuyo
piso principal todavía está el Centro Regional Gallego. Siguiendo
Ramblas arriba, en la misma acera, aparece El Liceo, majestuoso,
inaccesible a los vecinos de aquel tiempo, reducidos a “ser mirones
del lujo ajeno”. En la otra acera, casi enfrente, El Café de la
Ópera, la tienda de deportes (y antigua armería) Can Beristain, el edificio de la
Agencia de Aduanas Lerín (éste, Lerín, coleccionista de obras de arte que
de vez en cuando adquiría al persuasivo “marxant de geniales pintores
pobres”, Baldomer Xifré-Morros), y no olvidemos la popular Lotería Valdés. Cambiando de acera otra vez, un
poco más arriba, el famoso Mercado de la
Boquería, la Casa Beethoven (partituras de música, algunos discos y libros especializados, con un piano al fondo para ser tocado por el público entendido), la Joyería El Regulador (de Can Bagués),
el bar Nuria y la Sastrería Modelo. Al otro
lado de Las Ramblas, más abajo, la emisora Radio España de Barcelona,
y los prodigiosos artículos y precios de los Almacenes Sepu, así
como un Tablao Flamenco donde bailaba la madre de un niño del
barrio, al que en casa llamábamos “el fill de l'artista” (el hijo de la artista). En este tramo de acera, cerca del Café Moka, hay una placa que recuerda el secuestro y posterior asesinato del político y traductor catalán Andreu Nin.
Si ahora
no hacemos caso de nuestra madre y cruzamos Las Ramblas, en dirección
al Barriochino, nos espera el espíritu de Jacint Verdaguer en la
iglesia de Betlem, el busto del pintor Fortuny en la calle que lleva
su nombre, y el escritor francés Jean Genet, que da nombre a la
placita donde está la Escuela Oficial de Idiomas, en El Barriochino,
hoy denominado El Raval.
En suma:
todo el mundo está aquí resumido, todo el Cosmos, con sus variadas
tiendas, cines, bares, pensiones, hostales, habitaciones para dormir
y para otras cosas misteriosas, calles recovecas, vagabundos sin casa
y vagabundas con casa, y aquellos inolvidables niños y niñas del
barrio, unos enamorándose por vez primera, y otros jugando a
canicas, a piratas surcando los mares, a vaqueros cabalgando por los
valles del mundo, entre El Paralelo, El Barriochino, Las Ramblas, La
Plaza Real y La Calle Escudillers (según la grafía de postguerra), en uno
de cuyos hoteles también vivieron George Orwell y su compañera,
que por muy poco pudieron escapar de la muerte traicionera de la
guerra civil, como él mismo cuenta en su libro Homenatge a
Catalunya / Homenaje a Catalunya.
El torero Chamaco .......................................................................... Fotografía:
Oriol Maspons, Calle Escudellers. Del libro Barcelona, pam a pam (Barcelona, palmo a palmo), de Alexandre Cirici.
Fotografía: Suárez, Plaza Real. Niños (un servidor, arrodillado), jugando a bolas, a meco, al hoyo o guá. No decíamos canicas.