Foto: J.X, "Sombra".
“La peor, soy yo.”
Sor Juana Inés de la Cruz
I
Vivía tan dentro de sí, con tanta vida interior, tan adentro, que no podía vivir afuera haciendo lo que se dice una vida común, una vida exterior. Le aconsejaban, sin embargo, que no era bueno ni saludable que siguiera viviendo así, tan encerrado en sí mismo. Le advertían que con tanta vida interior y tan poca vida exterior, sin distracciones, no hacía sino perderse en su propia interioridad. Con el riesgo de caer, aun siendo un descreído, en ese estado de visión y extravío que otros califican de vida mística, de vida espiritual.
Aunque, por otra parte, también es verdad que imaginaba evasiones, fugas y toda suerte de escapadas del extenso dominio de la falta. Pero, ¿cómo escapar de sus prisiones?
II
Cada vez sentía más la falta. Cada hora, cada día, añadía más tiempo y más peso a la falta. Aquella era su falta, sin excusas, imperdonable.
No sólo le faltaba el amor, la casa, el trabajo. Le faltaban también las palabras. Le faltaba el silencio, le faltaba soñar.
Se echaba a faltar incluso a sí mismo.
Pero la falta era algo más que un faltar. Era su falta.
Esa falta, de tan desolada, se volvió maligna. Tenía la sangre viciada, envenenada, la herida se abrió más y la sangre se derramó por el suelo. A causa de la falta, ahora le faltaba sangre, ironizaba alguien. Una larga transfusión de sangre desconocida, anónima, recorrió el laberinto de sus venas, el interior malherido de su cuerpo, día tras día, noche tras noche, hasta que al fin día despertó.
La falta, pese a todo, cada vez era mayor en su cuerpo. Cada vez aumentaba de volumen y de peso en su alma.
Desde que le faltaba lo que más amaba, todo se revolvía en su contra, faltándole.
Contar más sería triste, y bastante sangre derramada tenía su historia, con tanta falta.
La historia de su vida, pues, en pocas palabras, fue este ir y venir de la falta a la falta. Siempre aquella falta, colgada del cuerpo, colgada del alma, arrastrándola día y noche.
Hubo de pasar aún mucho tiempo para que en la memoria del dolor se vertiera aquella sangre amorosa, que se infiltraría en la falta como un consuelo efímero. Hundimiento breve de la falta innombrable, del dolor de la falta, en esa misteriosa sangre amorosa.