Dicen los del lugar que Valérie Tasso a vuelto al barrio, de incógnito, con un libro en las manos*, disfrazada de turista accidental, con gafas oscuras y un bolso lleno de postales,
bombones y poemas inéditos, y ha constatado que los recuerdos siguen ahí, frescos, pese a los cambios que ha sufrido el barrio. Tiendas y pisos, calles y callejuelas, plazas, bares, mercados, hoteles, pensiones, hostales, clubs de solitarios anónimos, lugares de perdición, fuentes públicas, luces, farolas, suelo agrietado, sombras y humedades en las paredes, niños que juegan en la calle, palomas cojas, muebles y fotografías arrojadas en un rincón, sillas rotas, gatos negros abandonados y perros callejeros que buscan el mar, y una puerta devencijada que anuncia: entra y verás que el arte es basura,
y la vida un poco más allá, cruzando dos calles, detrás de una casa en ruinas, donde en los bajos y en los entresuelos quedan restos de infancia, tendidos como ropa seca, reseca, arrojada al viento como hojas de libro, ropa de infancia recién lavada ayer, hace años, demasiado tiempo, ropa de infancia vulnerada, hojas de libro volando entre los árboles y más allá, entre las rocas de otros días.
*Valérie Tasso, Diario de una mujer pública.
Plaza&Janés Ed. Barcelona, 2011.
El suplente del cronista