Después
de tanto salvajismo verbal en las precampañas y campañas
electorales; después del canibalismo entre partidos y dentro de cada
uno de ellos, devorándose por ver quién destruye más, quién
aventaja a quién, exclamando banalidades, insultos y mentiras, una
cantidad ingente de mentiras, medias verdades, datos y argumentos
falsos por ver quién destruye mejor al otro, maniáticos del poder
que segrega lo peor de cada cual, de cada “animal político”,
¿cómo es posible ir a votar sin prevención, sin taparse la nariz o
sin ponerse una máscara anti-gas (sé de alguien, poeta, narrador y
periodista cultural, que tiene una máscara en casa para presentar
según qué libros).
Una
máscara anti-gas para evitar la toxicidad de estos días,
democráticos en la forma, en la propaganda, pero en el fondo
escasamente democráticos y poco humanos, por no decir humillantes
del más mínimo sentido común y de la vergüenza?, se pregunta en
el bar el periodista en paro.
¿Usted
va a escribir un artículo como éste, tan nihilista, amargado y
sobre todo inconveniente para la buena marcha de nuestra sociedad?,
le pregunta el politólogo del barrio.
¡Con
razón nadie le publica nada y lo despiden de todos los medios!,
exclama la cuñada del dentista.
¡Si
no le gusta esto, váyase, lárguese al desierto a meditar!, añade
la vecina taxista.
El
periodista en paro, triste, no responde, y sale del bar.
La nieta del anarquista, la sobrina de la peluquera, el humorista, la hija de la bibliotecaria, la hermana del informático y la vidente del barrio acompañan al periodista en paro y salen también del bar.
La nieta del anarquista, la sobrina de la peluquera, el humorista, la hija de la bibliotecaria, la hermana del informático y la vidente del barrio acompañan al periodista en paro y salen también del bar.
Con
tantas campañas manipuladoras y enfrentamientos, con tanto mal rollo
acabaremos con el futuro y desarrollo de un simple vermut con
berberechos, advierte la dueña del bar, pragmática.