Foto: J.X.
Lo
siento, no puedo detenerme, ni pararme unos segundos siquiera, lo
siento, tengo una cita, tengo prisa.
Me
esperan aquí cerca, pasadas dos o tres calles más, es una urgencia.
Tengo
prisa, tengo una cita inevitable, no puedo detenerme, ni siquiera pararme unos segundos, lo siento, repetía.
Es
una cita con la muerte, dos o tres calles más allá.
Siento
la necesidad urgente de acabar de una vez, tengo prisa en morirme, lo
siento, repetía otra vez, antes de salir corriendo para llegar
cuanto antes a aquella cita que tenía con la muerte, con su propia muerte.
Junto
a la acera, clavado a la pared de una esquina, dejó un papel escrito, doblado:
“La
institución matrimonial genera la obligación, el compromiso
amatorio. Lo mismo puede aplicarse a las parejas de hecho, aunque en
éstas, por lo general, hay un principio de vocación amorosa, que,
con el paso del tiempo, se va convirtiendo también en obligación,
en compromiso amatorio, propio de las parejas que se van
estabilizando. El amor es otra cosa, un misterio
más peligroso y hondamente doloroso, de una radicalidad inestable,
mientras el individuo avanza y se extravía una y otra vez durante
ese peregrinaje al amor mistérico.
Todo
cambia el día en que la realidad te deja malherido, roto. Arrojado
al suelo, te abre en canal y te desangra. Si lo resistes, perdiendo
sangre aquí y allá, dejando un rastro de sangre por todas partes,
por cualquier lugar que vayas... Si resistes a ese derramamiento,
será entonces cuando vendrá a socorrerte en el último instante una
sangre amorosa que se vertirá dentro de ti -un cuerpo desangrado,
casi muerto-, como en una transfusión alquímica, que dará otra
vida, una vida que será un herida honda, permanente, siempre
abierta, en la que, a medida que se desangre, se vertirá el amor
auténtico.
El
amor, pues, nace de la gran herida, de la rotura más absoluta y
brutal de la realidad.
Lo
de antes, aquel sentir de antes, no era un sentir de amor. Y lo de
después, iluminado el misterio amoroso casi al final del camino...,
lo que viene después será una cita obligada, irreemplazable, a la
que debes acudir por haber llegado demasiado tarde a ese
desvelamiento amoroso en la vida cotidiana, por haber sentido a
destiempo ese amor único, auténtico. Eso que viene después, es lo que te reclama balbuceando tu nombre y apellido, advirtiéndote
que esta vez no debes llegar tarde a la próxima cita con la muerte.”
Algunos transeúntes curiosos al leer esta nota esbozaban una sonrisa irónica, girando el dedo índice en la sien en señal de locura.