Foto: J.X.
Y ahora los opinadores sanitarios -no digamos autoridades en la materia, que sería exagerar- y la sociedad en general le recomendaban que utilizara pañuelos de papel, por ser más higiénicos, pregonaban.
¿Más higiénicos los pañuelos de papel? ¿De verdad? ¿Acaso no es poco higiénico y de mala educación tirar los pañuelos de papel, llenos de microbios (por no decir otra cosa), en las papeleras?
¿Nadie piensa en la expansión de microbios y virus que se desprenden de tales pañuelos, tirados a la vía pública, aunque sea en una papelera, por no contar todos los que son arrogados directamente al suelo?
¿Nadie piensa, tampoco, en los trabajadores del servicio de la limpieza, en los barrenderos, en los recogedores de las bolsas de basura de las papeleras, que se ven obligados a protegerse con guantes?
¿Ni tampoco piensan en los numerosos vagabundos y pobres hambrientos que remueven las papeleras, llenas de latas, restos de bocadillos y montones de pañuelos de papel usados, para ver si encuentran sobras de comida entre los desechos de los consumistas?
¿No es acaso más civilizado y de buena educación llevarse el pañuelo de ropa a casa y lavarlo, y no dejarlo expuesto en la vía pública?
Pero era inútil razonar con los opinadores y sus tertulianos, con sus mensajes pedagógicos a la ciudadanía (en nombre del bien común, indican), una ciudadanía cada vez más alienada por esas comunicaciones.
Ël, sin embargo, seguía respetando las normas de conducta que había aprendido en su infancia, y seguía utilizando los pañuelos de ropa, de tela. Aunque se viera obligado a esconderse casi, practicando estrategias furtivas de ocultamiento. Buscaba las calles más estrechas y solitarias cuando necesitaba sonarse la nariz en la vía pública. Allí, oculto como un perro perseguido, desplegaba su pañuelo blanco, de tela, limpio (nunca llevaba pañuelos usados más de un día en los bolsillos), que más tarde educada y solidariamente lavaría en casa para no contagiar a los demás desde las papeleras o desde el suelo.
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