I
Ésta es la maravillosa
e increíble historia
de dos viejos amantes
que se comunicaban
a una hora determinada
de la noche.
Desde la distancia,
había noches
en que sus voces
se acercaban
tanto a la piel,
que era como si ambos
se confesaran,
diciendo:
“Te deseo”.
Finalizada la comunicación,
cada uno se iba
a su habitación solitaria,
se acostaba
y se entregaba
al placer de imaginar
una guarida
para las manos clandestinas
que osaran descubrir
el tesoro oculto
de la piel desnuda.
O besaba,
cada uno
abrazado a su almohada,
la herida amorosa,
entreabierta aún,
del otro.
Ambos,
amada y amado,
víctimas
del
sacrificio
celebrado
en la larga y hermética noche
del primer amor.
II
¿Hacer el amor de este modo, sólo, en soledad, mediante las palabras?
¿Por qué la piel a distancia?
Temían que, al hacer el amor, si uno de los dos amantes muriese, el otro no sabría qué hacer con el amor y la muerte en la misma cama.
III
Pero un día,
cada uno
cerró la puerta
de la habitación
de la soledad amorosa.
Ambos salieron
en busca de la sensación
de otra edad,
de otro tiempo.
Se buscaron
y se encontraron...
Al besarse
por última vez,
después de tanto tiempo,
la piel gastada de los labios
mantenía aún
la substancia del primer beso,
como si fuera
el embrujo de aquel trágico
y joven amor.

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