Foto: J.X.
Después
de tomar unas cuantas cervezas se ponía trágico y dramatizaba,
gesticulando, recitando con voz grave, como si estuviera
interpretando a Shakespeare en un ejercicio del Instituto del Teatro,
donde estudió un año, solo un año, reiteraba, porque en su vida
ya había suficiente teatro para, además, tener que estudiarlo con
nuevas técnicas dramáticas.
Se subía a una silla, manteniendo el equilibrio a duras penas, y recitaba, trágico, pero con voz y gestos grotescos:
Todos dormiremos en un ataúd,
sin soñar, sin despertar.
O acabaremos en un horno, incinerados,
que viene a ser casi lo mismo,
pero sin ratoncitos con pétalos de flores
que nos perfumen
por fuera y por dentro del ataúd,
como en un cuento de Allan Poe,
pero con flores.
Sin soñar, sin despertar.
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