miércoles, 6 de abril de 2022

EL HOMBRE DEL SACO

 

Merodeaba por el barrio con una bolsa grande, abultada, echada al hombro, parecía pesada, repleta de cosas.

Nadie sabía dónde vivía. No era un vecino, pero merodeaba por el barrio.

Una de las vecinas, hija de unos tenderos propietarios de una carnicería, explicó que este hombre le recordaba a una vendedora que, en los tiempos de la dictadura, cuando había estraperlo de trigo, de aceite, de carne, etc., llegaba de noche a la tienda de sus padres con un saco al hombro, donde traía, envuelta en un trapo ensangrentado, una pieza grande de ternera (era una pieza muy fresca, sangrante aún, de esa “carn de Girona” (“carne de Gerona”, tan valorada entonces por su buena calidad). Y fantaseaba con un crimen pasional o mafioso, con el despiece de algún empresario o político, o el de una amante, que el hombre del saco iba transportando a piezas para enterrarlas en un lugar solitario, por ejemplo, en un descampado cerca del barrio, decía, con mirada intrigante, detectivesca.

Aunque los vecinos eran temerosos y no se fiaban de aquellos que merodeaban por el barrio, nunca llegaron a sospechar, de manera seria, que ese transeúnte misterioso pudiera ocultar en el saco una parte del cadáver de algún enemigo mafioso o político, o el de una amante. Algunos sí que lo comentaban bromeando, más que nada para asustar a los oyentes. Pero no lo decían en serio.

El descubrimiento de la verdad, el día en que se desgarraron las costuras del saco y cayó todo el contenido en medio de la calle, fue una sorpresa para todos.

No era el despiece de un enemigo político o mafioso o el de una amante. No eran los miembros cortados de un cadáver, envueltos en trapos ensangrentados, como había fantaseado la hija de los tenderos carniceros. Nada de eso, sino juguetes de madera, de aluminio y de plástico, trenes, coches, muñecos, peonzas, un tablero de parchís, otro de damas, el juego de la oca, una pistola, una cartuchera y un sombrero de vaqueros del Oeste, una placa de sheriff, plateada, un arco con un par de flechas, entre otros muchos juguetes que fueron cayendo del saco, como los títeres de una infancia muerta. O tal vez simplemente unos juguetes rotos que el hombre del saco había recogido de un vertedero de basuras. 


1 comentario:

Lluís Nadal dijo...

De vegades tinc aquesta esgarrifosa sensació: que tot plegat no ha sigut res més que un grapat de joguets maldestrament arrecollits, i de seguida m'he de distreure, perquè no ho puc suportar.
També pot ser, que aquestes velles joguines siguin els fràgils records d'allò veritable que mai podrà deixar de ser, i llavors em deixo adormir bressolat per aquest pensament.
Però de fet, com aquell sac no s'esparraca mai, hem de seguir entre dubtes i en la ignorància.