Foto: J.X.
"Fue hace unos años, un día en la playa de la Barceloneta (el 1 de Enero, en Año Nuevo), y también otro día, en la Travesía del Puerto de Barcelona, cuando la muerte aún no aguardaba más allá del mar", dijo antes de mostrar las dos fotografías y salir del bar deseando mejores días y delicadeza para los alegres y los tristes.
Mañana se duchará, se pondrá ropa limpia, se cortará las uñas, quizás se afeite, preparará la bolsa con las dos copas y un botellín de champán -todo envuelto en papel para que no se vea-, y saldrá deprisa a buscar el autobús que lo conducirá al lugar de la cita. Porque mañana tiene una cita.
Una cita con la novia muerta, en el Cementerio Marino, en un banco de piedra, entre los árboles y una fuente. Un lugar sin lugar. Un lugar sagrado para los dos enamorados muertos, que se encuentran bajo dos cipreses y brindan con una copa de champán (que él sobreviva y vaya a visitar a la novia muerta, no significa que viva, que él tenga un lugar en la vida).
Es un sin lugar.
(Aquel día, mientras los novios brindaban junto a la fuente, bajo los dos cipreses, se estremecía de frío un gorrión en un pequeño charco de agua, entre las hojas y las flores que caían de los ramos marchitos de los difuntos.)
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