Foto: J.X.
En
aquel mundo brutal, civilizado pero desalmado, ya sólo quedaban unas
pocas reservas de ternura y delicadeza.
La
brutalidad de los días lo reducía todo a cenizas.
Arrasados
pueblos y ciudades, incendiaron bosques y selvas, envenenaron ríos y
mares.
La
brutalidad de los días mataba a los vivos y volvía a matar a los
muertos.
Pero
había tanta sangre derramada, que ésta se levantó como una ola
colosal, ilimitada, que purificó las aguas envenenadas y detuvo el
fuego exterminador.
Era
la sangre amorosa.
Mientras
tanto, en un lugar remoto de la tierra, bajo unas rocas partidas por
los relámpagos, y disimuladas bajo los árboles carbonizados y las
flores quemadas, continuaban enraizadas aquellas escasas reservas de
ternura y delicadeza, como un pequeño tesoro oculto de sangre
amorosa. Lo custodiaban todos aquellos que sobrevivieron a la
barbarie, y todos los muertos que se incorporaron para vigilar a los
vivos bárbaros, desalmados.
En
el bosque de los espíritus, también estaban atentas y vigilaban
todas las novias muertas, dispuestas a morir otra vez para que no se
derramara aquel resto de sangre amorosa atesorada.
2 comentarios:
Muy Bueno este relato, de los mejores, es rotundo y se deja sentir.
En el momento descrito, la salvación fue la sangre amorosa, empapando con su dulce y suave líquido, y así proteger a un mundo cruel y desalmado de los vivos. Con la ayuda de los espíritus, están atentas las novias muertas a que no haya más sacrificios.
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