Foto: J.X.
Desde
que forzaron la puerta y entraron, la casa ya no era la misma. Se
había transformado en una casa extraña, ajena.
Todos
los objetos parecían distintos, de otro lugar. También las plantas
tenían ahora unas hojas más retorcidas, y las flores un color
apagado. Como si todo en aquella casa careciera de nombre, como si no
tuviera identidad. Una falta de nombre y de intimidad.
Violentada,
humillada, la casa había perdido la vida, su frescor.
Le
habían robado la vida, desde que un día entraron y forzaron la
puerta de la casa, con nocturnidad y violencia, los expoliadores, los
secuaces de la mala vida y la mala muerte.
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