Foto: J.X.
Es
una larga y profunda tristeza que se derrama por la escalera del
edificio, se encharca, se acumula en el portal y se desborda calle
abajo. No es la sangre que cae de una casa, sino la tristeza, el
líquido del dolor que ha reventado en su interior.
No
fluye como un río, sino como un arroyo incontenible, cuya corriente
se irá enturbiando a medida que descienda por las calles de la
ciudad, hacia el puerto, hacia el mar, a lo lejos, en busca de las
aguas profundas de un mar muy lejano, desconocido.
Una
corriente dolorida que nada podrá detener, y que busca perderse más
allá, en esas aguas profundas, en el anonimato misterioso del mar.
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