Foto: J.X.
Cuenta
que, ayer sábado, en el quiosco de flores del cementerio no tenían
la rosa blanca, y por eso esta vez ha entregado dos claveles blancos
a la novia muerta.
Después,
ha hecho un poco de jardinero, como suele hacer algunos sábados.
Ha
levantado del suelo unas macetas de flores de plástico que el viento
había derribado.
Ha
cerrado la puerta de cristal de un nicho que el viento había
abierto.
También
ha intentado cerrar otra de las puertas, pero estaba demasiado alta
y, poniéndose de puntillas, sólo ha podido palmearla y entornarla.
Solo
entre los muros, has sido por unos instantes el jardinero de los
difuntos, comenta uno de los espíritus.
O
el barrendero del cementerio, añade otro espíritu, menos poético.
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