Foto: J.X.
Recién
llegado al bosque, otro novio de una novia muerta, raptado por los
espíritus para alejarlo de la desolación, pregunta: ¿Qué hacer,
cuando la otra persona, aquella persona que vive contigo, harta de
sufrir y de mal vivir, decide escoger la muerte, y exige dejar de
vivir a quienes tiene a su lado (amigas, familiares, sanitarios).
Para
quien muere de enfermedad, lo peor no es la muerte, sino la
enfermedad y el dolor, dice uno de los espíritus.
Es
quien, por el dolor y el mal vivir, escoge la muerte, añade otro
espíritu.
Quien
sobrevive a la muerte de un ser querido que ya no quería vivir,
siente, al principio, que el propio dolor que se había ido
acumulando a lo largo del tiempo, se hace más leve, más soportable
al ver que la otra persona ha podido al fin abandonar su dolor y
partir hacia lo desconocido.
No
obstante, al cabo de pocos días, aquel dolor acumulado, que se había
aligerado entre la partida del ser querido y la burocracia del duelo,
aquel dolor, ahora, aumenta con la muerte. Es el dolor de la
ausencia. El dolor de seguir viviendo en casa de quien ha muerto, de
seguir contemplando sus cosas, reordenándolas, y a veces
ocultándolas, desesperadamente, para no volver a encontrarlas
durante un tiempo. El peor dolor de quien sobrevive es este vacío,
esta ausencia, confiesa el recién llegado.
Un
mal incurable, también, si no encuentras un bosque de los espíritus
donde ser acogido y refugiarte, advierte el espíritu que resbala con
las flores.
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