martes, 7 de julio de 2020

BAJA Y SUBE LA CANTIDAD, EL PESO...


Foto: J.X.

Recién llegado al bosque, otro novio de una novia muerta, raptado por los espíritus para alejarlo de la desolación, pregunta: ¿Qué hacer, cuando la otra persona, aquella persona que vive contigo, harta de sufrir y de mal vivir, decide escoger la muerte, y exige dejar de vivir a quienes tiene a su lado (amigas, familiares, sanitarios).
Para quien muere de enfermedad, lo peor no es la muerte, sino la enfermedad y el dolor, dice uno de los espíritus.
Es quien, por el dolor y el mal vivir, escoge la muerte, añade otro espíritu.
Quien sobrevive a la muerte de un ser querido que ya no quería vivir, siente, al principio, que el propio dolor que se había ido acumulando a lo largo del tiempo, se hace más leve, más soportable al ver que la otra persona ha podido al fin abandonar su dolor y partir hacia lo desconocido.
No obstante, al cabo de pocos días, aquel dolor acumulado, que se había aligerado entre la partida del ser querido y la burocracia del duelo, aquel dolor, ahora, aumenta con la muerte. Es el dolor de la ausencia. El dolor de seguir viviendo en casa de quien ha muerto, de seguir contemplando sus cosas, reordenándolas, y a veces ocultándolas, desesperadamente, para no volver a encontrarlas durante un tiempo. El peor dolor de quien sobrevive es este vacío, esta ausencia, confiesa el recién llegado.
Un mal incurable, también, si no encuentras un bosque de los espíritus donde ser acogido y refugiarte, advierte el espíritu que resbala con las flores.

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