Foto: J.X.
El
espíritu que resbala con las flores, hoy nos cuenta que él, antes
de llegar al bosque y convertirse en espíritu, también fue un ser
abandonado.
Que
no sabía vivir solo, abandonado en aquella casa que sería ya para
siempre, no su casa, sino la casa de su novia muerta.
En
aquella casa, pues, se sentía extraño, como si todas las cosas se
hubieran desprendido de su forma y función anteriores. Como si los
objetos estuvieran ahí, también abandonados, sin cuerpo, sin
sentido, con trozos de alma colgando de ellos.
Objetos
cargados de ausencia, que se mueven de un lado a otro, a pedazos,
articulados como títeres por la desolación, sin función alguna.
Entrando y saliendo tristes de los armarios, de los cajones, de los
lugares más recónditos e imprevisibles de la casa, rozando el alma
por todos los rincones, gastándola contra la pared.
Así
fue como día a día se transformó en un trasto más de la casa,
abandonado como uno más de aquellos objetos inútiles en casa de la
novia muerta. Fue por entonces cuando empezó a resbalar con los
pétalos de las flores.
Cuando
fueron a rescatarlo, los espíritus del bosque ya habían ido a
buscar y habían raptado a la novia muerta. Subieron todos juntos al
bosque, con las manos entrelazadas, como enamorados que dejan atrás
la casa familiar para entrar en otra casa, en otro nuevo lugar.
Así
llegué a este bosque de los espíritus, donde aún, pese al tiempo
transcurrido, aún sigo resbalando con las flores.
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