Foto: J.X.
Antes
de que todo ocurriera, tenía a su disposición una cinta elástica,
invisible, permeable, con la que podía andar de aquí para allá,
como si tuviera un amuleto, una forma de protección.
Sin
temor a extraviarse en casa o fuera de ella, se adentraba en
cualquier laberinto, en cualquier callejuela, en cualquier barrio de
mala muerte. Sabía que siempre encontraría el camino para salir de
nuevo de un laberinto, de una callejuela, agarrado a la cinta, al
amuleto que lo protegía, que estaba siempre ahí, ondeando a su
lado.
Hasta
que un día la cinta se desgarró, se rompió de tanto tirar de ella,
de tanto gastarla con el paso de los años.
Al
romperse a pedazos, la cinta le dejó abandonado, a la intemperie.
Sin aquel amuleto, se quedó como huérfano, absolutamente solo en
casa, estremeciéndose.
Con
tanta ausencia derramándose por las paredes, comprendió que había
sido abandonado, esta vez, sí, para siempre, por la cinta rota, por
la cinta de la novia muerta.
Así
fue, hasta que los espíritus del bosque, alertados por el abandono,
fueron a buscarle, lo raptaron y lo trajeron hasta aquí, entre los
árboles y las voces que resuenan en el interior de las piedras
1 comentario:
bella poesía en prosa sobre la dependencia y la ausencia.
Ante una cinta rota no valen los nudos, las costuras con hilo y aguja, los parches...sólo si algún espíritu protector te rapta y te lleva hasta un recodo con árboles donde puedas reconocer las voces entre las piedras, podrás recuperar tu amuleto.
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