martes, 28 de julio de 2020

CAMINO DE PERDICIÓN

Foto: J.X.

Aquella pérdida lo dejó destruido, abandonado.
Un viejo amigo le confesó que le hacía sufrir su estado.
Estas palabras de pesar lo conmovieron, y le llegó al corazón como un alivio.
Sin embargo, él le dio como respuesta:
"Que no sufriera por él, que su mal era irremediable, una maldita vida irrecuperable".
Cuando la verdad, el contenido de su corazón, era muy otro:
Aquella confesión de padecer por él, de sufrir por su estado anímico y físico, le había conmovido tanto, que habría abrazado a su amigo allí mismo, en la calle, llorando de gratitud por ver compartido ese sentimiento de dolor.
¡Tan aislada y delicada era su situación!, ¡tan frágil era su estado emocional, aprisionado entre los muros agrietados de la pérdida y el abandono!
Pero todo era imposible entonces, reconocía él después. No se sentía con derecho a estimación alguna, ni a ningún otro sentimiento noble. Se sentía culpable por todo, por cualquier palabra, por cualquier hecho del pasado, por cualesquier silencio, recuerdo u olvido. Por todo. Sentenciado. Culpable.
Por lo tanto, necesitaba purgar, aislado en un largo silencio, toda el alma y el cuerpo.
No las purgaciones mórbidas del cuerpo, del sexo, sino aquellas purgaciones que limpian la culpa del cuerpo y redimen el alma, añadía él, para que no hubiera malas interpretaciones (pese a que no ocultaba, por otra parte, las cicatrices de las otras purgaciones, las de las calles oscuras).
Pero dicen que un día cayó en mitad del camino de purgación, mientras subía cuesta arriba, exhausto, yendo del camino de perdición al camino de salvación.
Cayó al suelo bajo el peso del abandono.
Aplastado bajo el peso de la más solitaria desolación.

1 comentario:

Una vecina de la Pensión dijo...

No hay culpa más dolorosa que la que se impone uno mismo. porque no esperas que nadie te perdone.