Foto: J.X.
Un
instante después, ya no será posible.
Ya
será tarde.
Demasiado
tarde.
Será
demasiado tarde.
Un
instante después, ya será demasiado tarde.
Imposible
modificar una frase, corregirla.
Imposible
decir una palabra más o una palabra menos.
Un
instante después, no será posible que hable el silencio.
Reducir
el silencio con otra palabra, ya no será posible.
También
aquel día era ya demasiado tarde.
Un
instante después, el silencio ya no hablaba, sólo se ampliaba, se
hacía cada vez más grande, como un abismo sobre el que goteaban las
venas abiertas de la ausencia, en un vacío incurable.
Día
y noche goteando, derramándose la sangre de la ausencia, abismo
abajo.
Hasta
que un día, al anochecer, un espíritu los rescató del lugar donde
sangraba la herida mortal, y se los llevó, a él y a la novia
muerta, hasta el bosque de los espíritus, donde conviven todos
juntos, desde hace meses, con los árboles y las flores. Sin sangre
derramada.
Hablando
otra vez el silencio, resonando de nuevo una voz en el interior de
las piedras.
Desde
aquí, escuchamos el rumor lejano de los ríos y las ramas de los
chopos blancos, cuya brisa nocturna nos trae al bosque el aroma de
una rosa blanca, anunciando el fin del confinamiento de los vivos y
los muertos.
Las
plumas de los pájaros caen como hojas de seda y copos de algodón
para abrigar a la novia muerta.
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