Ahora la lluvia comenzaba a caer con más fuerza, y los tres, para evitar que los libros y nosotros mismos quedáramos empapados, llevamos el contenedor de la basura hasta el portal del colegio, en el que afortunadamente no había nadie al estar ya las clases cerradas. Continuando, pues, con nuestra labor de basureros de libros, estábamos ahora los tres bajo refugio y metiendo las manos hasta lo más hondo del contenedor de las monjas, extrayendo libros, separándolos del polvo, la mayoría títulos de la famosa colección popular de RTVE, algunos de la colección Austral y unos cuantos de otras editoriales. Por ejemplo: una Antología Poética, de Quevedo, Romace de lobos y Sonata de primavera/Sonata de estío, de Valle-Inclán, Cantos de vida y esperanza, de Rubén Darío, Recuerdos de niñez y de mocedad, de Miguel de Unamuno, un sorprendente Junto a la tumba de Larra, del vanguardista y falangista Ernesto Gimenez Caballero, etc.
Destacando sobre todos ellos, unos inmensos volúmenes ocupaban casi medio contenedor, ¿de quién serían, de qué autor?, se preguntaban los tres buscadores de tesoros, mientras nuestras manos, a modo de garfios, no sin esfuerzo y salpicados aún por la lluvia (recuérdese), conseguíamos poco a poco subirlos y sacarlos a la luz. Éste era, al descubierto, el misterioso peso de aquellos volúmenes..., eran..., ¡oh, sorpresa!, dijimos al unísono, asustando con nuestra exclamación a unos turistas que también se habían refugiado en el portal y que nos miraban perplejos, sin saber si éramos delincuentes, basureros o vagabundos que manoseaban dentro de un contenedor..., eran, sí, ahora lo veíamos claro, cuatro volúmenes de la Historia de la Literatura Universal, de Martín de Riquer y José María Valverde. Nos quedamos atónitos, estupefactos, una edición de lujo, profusamente ilustrada, como advirtió Beneyto abriéndolos y proyectando ya seguramente personalizar sus páginas con dibujos descoyuntados y colores postistas.
Después de ciertas dudas a causa del peso de los volúmenes y de la lluvia, Beneyto decidió llevarse, con la aprobación de los otros dos buscadores, tres de los volúmenes (unos seis kilos de peso aproximadamente) y algunos títulos más de otras colecciones. Le dije que esta vez no podía acompañarle a casa como transportista (tenía un compromiso ineludible con el supermercado, dada la hora, y el consiguiente peso con que volvería a casa, más los libros que me iba a llevar). No podía, pues, acompañarle y regresar juntos, como hemos hecho en tantas ocasiones, por ejemplo una noche, al volver de ACEC, cuando descubrimos un maniquí arrojado a la calle Petritxol, al lado de una galería de arte, un maniquí triste, con las articulaciones dañadas. Lo recogimos, le limpiamos el polvo con hojas de periódico (tuvimos que sacrificar unas hojas de crítica literaria del suplemento Babelia) y lo trasladamos a su casa, él, Beneyto, cargando cabeza, tórax, un brazo y una pierna del maniquí, y yo el otro brazo y la otra pierna, como si fuéramos un cuadro surrealista viviente de Dalí o De Chirico, o quizá, nunca se sabe, el Dr. Jekyll y Mr. Hyde, agazapados en medio de la noche.
La estudiante de Historia, al escuchar nuestras palabras y calibrar el volumen y peso de la columna de libros beneytiana, se ofreció a acompañarlo hasta su casa, y se fueron ambos bajo la lluvia. De este modo, me quedé solo en el portal, junto al contenedor, y seguí manoseando libros mientra esperaba que dejara de llover. Antes de despedirme del contenedor e ir al supermercado, aún tuve oportunidad de aconsejar a un abuelo y a su nieto, que se habían acercado al contenedor, curiosos, y les recomendé un libro de prehistoria de Luis Pericot y Juan Maluquer, que el nieto se guardó para ver las imágenes, dijo, y les mostré otro volúmen, El difunto Matías Pascal, de Pirandello, que al final, entre dudas, el abuelo decidió arrojar de nuevo al contenedor.
Seguía lloviendo y el supermercado aún estaba abierto.
La estudiante de Historia, al escuchar nuestras palabras y calibrar el volumen y peso de la columna de libros beneytiana, se ofreció a acompañarlo hasta su casa, y se fueron ambos bajo la lluvia. De este modo, me quedé solo en el portal, junto al contenedor, y seguí manoseando libros mientra esperaba que dejara de llover. Antes de despedirme del contenedor e ir al supermercado, aún tuve oportunidad de aconsejar a un abuelo y a su nieto, que se habían acercado al contenedor, curiosos, y les recomendé un libro de prehistoria de Luis Pericot y Juan Maluquer, que el nieto se guardó para ver las imágenes, dijo, y les mostré otro volúmen, El difunto Matías Pascal, de Pirandello, que al final, entre dudas, el abuelo decidió arrojar de nuevo al contenedor.
Seguía lloviendo y el supermercado aún estaba abierto.
8 comentarios:
Hermosa y triste historia a la vez
Me he reído y muy agústo con esta crónica, pero también que triste que no se le tenga ningún apego al libro de papel:los libros digitales están matando las ediciones .De todos los autores cuando he leído Martín de Riquer un gran erudito en Cervantes un catalán universal.Que pena que no estaba yo en esos momentos porqué les hubiera echado una manita jajaja.
Bueno y según se oye por los mentaderos ya desaparece literatura con la nueva reforma educativa, que más que reforma parece un contrabando de pillos...
Un saludo y le felicito por su sentido del humor(cosa que escasea)
Muchos volúmenes tengo en casa gracias al "tontainer".
Espero encontrarme con muchos más.
salut
Extraordinaria vuestra labor de recuperación, me hubiese gustado acompañaros. A las monjas parece que se les da muy bien esto de echar libros a la basura, no es la primera vez que algunos miembros de la iglesia y más de un eclesiástico se ha dedicado a la eliminación de libros, han hecho piras, han prohibido lecturas, han repudiado a muchos autores...
Saludos
Francesc Cornadó
NaLia Mandalay: Menos mal que el destino os puso ahí para recuperarlos... pd_Com es poden tirar els llibres a la brossa? Quina peneta, de veritat...
Me gusta · Responder · 17 h
Angels Pal: Que mejore su vida después de muerto es complicado, pero es exactamente lo que sucede al protagonista de "El difunto Matías Pascal ". Y en ese hecho increíble y, sin embargo , anecdótico, se apoya Luigi Pirandello para contar la historia de un hombre que se despoja de su humanidad para comenzar a vivir ...
Me gusta · Responder · 16 h
Francesc Cornadó
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A veces veo a este pintor por la calle, con su aspecto extravagante y sus ropas chillonas, y al otro, que debe ser el que escribe esta crónica, uno delgado que parece andar de perfil. Esta crónica es de lo más divertido que he leído este año, palabra de Stone, como decía nuestro inolvidable rockero Jordi Tardà.
¿Son de fiar? Lo del maniquí me tiene intrigada.
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