Foto: J.X.
Era un día soleado de diciembre, por la mañana.
Insultos a la entrada del cementerio.
Dos mujeres discuten sobre las flores.
Una mujer, visitante asidua del cementerio, acusa a la otra mujer, una gitana que está siempre junto a la entrada vendiendo flores y ofreciéndose para limpiar el cristal y la lápida de los nichos.
La acusa de ladrona. Ambas se insultan, gritan mucho.
La visitante acusa a la gitana de robar las flores a sus muertos y de venderlas después a los familiares de otros muertos.
La gitana defiende su inocencia, grita que no es una ladrona de flores. Cada vez se insultan con palabras más soeces, más brutales.
La verdad es que no hay ninguna prueba del robo de las flores. La visitante amenaza con poner una cámara de vigilancia particular en el nicho de sus familiares.
Hoy es víspera de Navidad y no se ve a ningún funcionario de los habituales para que pueda intervenir y exigir paz entre los vivos y respeto a los muertos.
¿Los difuntos no se inmutan, no protestan por el ruido?
¿Las flores, tampoco?
Dos novias muertas que pasean de la mano, se acercan a las dos mujeres ruidosas y les tapan la boca con flores.
Unos minutos después, se calma la ira de las dos insultadoras, las flores se desprenden de sus bocas, y cada una se va por su lado. Las voces, los gritos, ya no perturban el silencio de las piedras.
Con las manos entrelazadas, las dos novias muertas siguen paseando, se alejan del lugar, se alejan... A cada paso que dan, se agachan para acariciar las flores de sangre que brotan de lo más hondo de la tierra.
En una pared alguien ha escrito este poema:
Yo vivo en tu casa,
yo vivo donde tú te ocultas,
en el mar, en los bosques,
entre las flores.
Es mi casa cualquier lugar
donde tú te escondes y me esperas,
con un ramo de flores,
muerta.
Más abajo, en la misma pared, pero separadas del poema, casi tocando la acera, hay unas cuantas palabras más:
Ella, muerta, que llora por el novio herido de muerte, pero que sigue viviendo aún, pese a la herida mortal, pese a la muerte de todo, que vive aún, herido de muerte.
Quien te ame, te hará amar, aunque tengas alma y corazón petrificados, y a ese amor no alcanzará la muerte.
Sin palabras, y de pronto una visión, un ramo deshecho de flores traídas por el mar, envueltas en ceniza plateada, con un resplandor entre los pétalos que habla de ti, de tu sacrificio amoroso. Lo cuidaré allá, dentro, en el secreto oscuro del bosque, allá donde el amor ilumina y hace amar.
Miró el escaparate de una tienda de ropa.
Al fondo de la tienda, en los probadores, hay un espejo en el que se refleja la imagen de la novia muerta probándose un vestido de verano.
Espero en la calle. Sale de la tienda, me da un beso y desaparece calle abajo, hacia el puerto, hacia el mar que tanto nos hacía vivir.
El esfuerzo diario de vivirte, de vivir contigo en la muerte.
La peregrinación diaria, sentida, sin destino, de vivirte, de vivir contigo en la muerte.
El sin sentido de amarte en la muerte, pero sintiéndolo.
Sin sentido.
Sintiéndolo.
Como un ramo de flores para la novia muerta, tumbado y deshecho por el viento, unas flores que luego serán recogidas y echadas a una papelera por algún funcionario del cementerio. Amor y muerte en la papelera sin fondo del vacío.
Claman una voces en el desierto de una habitación, de una celda, de un hospital, de una prisión.
¿Cómo salir del laberinto, del vacío en que te has perdido?
Tengo en la mano el hilo cortado.
Siempre, en el corazón, en el alma, la sangre amorosa que no se puede derramar -aunque te acuchillen-, la única que puede atar el hilo cortado.
Una vez atado el hilo, salir del laberinto, atravesar el bosque y volver al mar. Con la novia muerta dentro de ti, envuelta en sedas de sangre amorosa.
Se le ha aparecido bajando por una calle. Se han dado un fuerte abrazo, hasta el hueso.
Quiere hablarte.
Quieres hablarle, quieres contárselo. Pero la muerte, la muerte lo impide.
Ambos tienen una herida amorosa en el costado.
Cada gota de sangre, la raíz de una posible flor. Es la sangre amorosa, sus pétalos. No hay más consuelo.
Exclamó, sin exclamaciones: “Jamás volveremos a encontrarnos, no nos abrazaremos otra vez, jamás volveremos a mirarnos, a besarnos, nunca más podremos dormir ni despertar ni soñar ni desesperarnos juntos.”
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