Foto: J.X.
La cita con un ser vivo -argumentaba- suponía la posibilidad de vivir, de seguir viviendo con normalidad.
Nada que ver, pues, con las citas y encuentros rotos que él recomponía en un sótano regentado por marionetas de madera.
La cita con ella en el jardín de los difuntos, era, por el contrario, un encuentro con la vida y con la muerte al mismo tiempo.
Puesto que, después, al separarse en el jardín, los dos tendrían la posibilidad de aparecer en la memoria. Aparición que se cumpliría mientras él pudiera vivir de la muerte de ella.
Mientras tanto, en un taller de sombras cortadas a medida, un payaso, extenuado en pistas de circo y teatrillos, se cosía al traje una sombra para la última función, "prevista antes de colgar del armario y olvidar el traje cosido a una sombra" -señalaba, pintándose la cara por enésima vez.
Más allá, una gaviota picoteaba la cabeza de una paloma que había cazado, y su diminuto corazón, también picoteado, caía a trozos del pico de la gaviota a la boca de una alcantarilla. No es, no puede ser ni se puede decir que los trozos de corazón muerto, devorado, se desprendían como si el viento le arrancara pétalos a una flor: había la devoración, una prueba de sangre.
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