Foto: J.X.
Así como santas y santos se redimían en soledad y ahuyentaban nuevas tentaciones, así también él se redimía y mantenía a distancia las tentaciones.
Nos contaba que sus ejercicios de redención se basaban en la palabra, o mediante algunos castigos físicos, pero leves, ya que el cuerpo no era más culpable que la mente. Al contrario, decía, es la mente, el alma quien debe responder por las causas de la redención.
¿Cuáles eran esas causas? ¿Acaso había matado a alguien? ¿Había estafado? ¿O había roto el corazón de una amante? Aquí ya no quería ser tan explícito, y hablaba de relaciones, de naturaleza enigmática, decía, para una mayor confusión del oyente.
No obstante, añadía que, aparte de tales relaciones o encuentros enigmáticos, había otros desvíos, mucho peores, más graves, que no podían ser confesados sino era en soledad, con el alma contra la pared. Ni sacerdotes, ni amigos, ni novias, entenderían jamás tales desvíos. Solo con el alma puesta contra la pared le era dado manifestar, mordiéndose los labios hasta sangrar, toda la destrucción acumulada a lo largo de su vida.
Hay quienes murmuran que lleva en el alma una novia muerta, torturada por sus padres y sus dos hermanas, y que al final la encerraron en su habitación para que no se escapara con él, ambos culpables por amarse. Murió encerrada en la misma habitación donde nació. nacido. Cuando un día él se enteró de su muerte, al perderla a ella, lo perdió todo. Desde entonces -quienes murmuran- observan, unos con burla, otros con tristeza, cómo pasa calle arriba, calle abajo. Como un alma en pena que no sabe desprenderse de su propio cuerpo, y sigue andando, andando, a rastras, cuidando que nunca le falten flores a la novia difunta. Cuidándola, muerta, en el corazón.
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