Foto: J.X.
Nadie se lo explicaba, nadie entendía cómo había podido alcanzar aquella plenitud amorosa, pese al desastre de su vida.
Cómo pudo alcanzarla desde su propio aniquilamiento.
De ahí su tristeza posterior, sin duda..., cuando sucedió lo irremediable, aquel silencio, aquella muerte.
Esa tristeza que no se acaba nunca. Interminable.
Por eso decimos a veces que estamos muertos de tristeza.
Porque también los difuntos están desconsolados, tristes por el olvido en que se les tiene, tan tristes como los vivos, aunque no puedan decirlo, aunque no puedan llorarlo.
La muerte no acaba con la tristeza infinita.
Los días en que el difunto no está triste gracias al aroma de unas flores, lo está quien se duele y lo llora.
Pero siempre es la tristeza.
La tristeza de los muertos bebe el néctar de las últimas flores, de todas las últimas flores que los vivos les enraman en el sueño que junta las sangres.
3 comentarios:
En este trabajo separas a los vivos de los muertos, cada uno con su protagonismo, y pienso en el bosque de los espíritus, donde me imagino andan más ligeros.
Ramòn Lupiañez
Ariel Fridman
Raúl Yagüe Yagüe
Isabel Mercadé
Efi Cubero
Atribuye a los muertos el poder de la tristeza, pero es preferible pensar que ellos están en un mundo donde sólo pueden oler las flores que los vivos les dedican, oír los lamentos de quien les añoran y ver de lejos a los seres que quisieron en vida. Creamos que ahora por suerte ya no pueden sentir.
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