Foto: J.X.
La muerte, al capturarla a ella y llevársela, aprovechó para raptarlo a él en vida.
De modo que la visión de él, al mirar a cualquier parte, tuviera siempre un velo oscuro que le impidiese ver los instantes de la vida. Estaba en la vida, pero situado fuera, mirándola sin verla, desde abajo.
Los servidores de la muerte lo habían encapuchado, bien amordazado y atado a una silla. No sabía dónde estaba, en qué lugar, en qué sótano de la tierra transcurrían sus días oscuros.
Le habían puesto la muerte en los ojos.
Lo mantuvieron así, con vida, pero con ese velo de muerte en los ojos, secuestrado en los sótanos de la tierra.
Tenía la muerte en los ojos.
Una noche, sin embargo, dos flores marchitas se transparentaron en la pared, iluminando el sótano unos instantes.
A partir de aquella noche, en la muerte de sus ojos había una luz imperceptible, una luz que no podían adivinar los servidores de la muerte que lo vigilaban.
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