Foto: J.X.
Era demasiado pronto. El kiosquero de las flores aún no había llegado.
Arrancó un par de flores del jardín y las escondió en la bolsa.
Hoy, además, llevaba en la bolsa un botellín de cava y dos copas de plástico. Envueltos en un trapo del polvo para limpiar, antes del brindis, la lápida con los ocho versos de Emily Dickinson, encabezados por una flor.
En la Isla II (en este cementerio marino hay dos Islas) creía que no había nadie. Había quitado ya el polvo y se disponía a brindar con la novia muerta, cuando, de súbito, aparecieron dos personas. Decidió esperar y celebrar el brindis unos instantes después. Mientras tanto, dio una vuelta por la Isla. Logró descubrir a la cotorra que cantaba en lo alto de un ciprés. Hacía un sol frío. Al volver, comprobó que ya no hubiera nadie por los alrededores. Entonces, descorchó el botellín de cava y brindaron. La cotorra voló hasta el ciprés a cuya sombra se estaba celebrando el brindis. Aceptaron su compañía cantora y brindaron los tres juntos.
Cuando salió del camposanto, ya había llegado el kiosquero de las flores. Pero él ya había entregado su flor.
Mientras regresaba a casa en autobús palpó en la bolsa aquel trapo, que tendría sin duda un residuo de polvo de la lápida, a pesar de haberlo sacudido allí mismo. Abrió la bolsa. Con los dedos resiguió los pliegues rugosos del trapo. Uno de los pliegues era más suave, delicado, como si en él se hubiera adherido un resto de polvo de la novia muerta.
Era un sábado de sol frío.
2 comentarios:
Un relat que segons l'interpretis pot ser cru i dolorós o ple de reencontres dolços.
Sábado de sol frío con contacto de polvo de la novia muerta en un trapo dentro de una bolsa. No sabremos si el polvo sirvió de consuelo, tal vez un polvo dulce y con aroma de flor, o aumentó la angustia y el pesar del visitante al cementerio.
Publicar un comentario