Foto: J.X.
Cayó de rodillas en medio de una calle solitaria, fatigado de ausencia.El suelo estaba ligeramente mojado. Era una calle que hacía pendiente, limítrofe, casi en las afueras de la ciudad, muy estrecha y húmeda.
En realidad, era un callejón sin salida, lo que se llama un cul-de-sac. Ahí, arrodillado en mitad del callejón, agotado de ausencia, miraba un muro: era la pared resquebrajada que cerraba la calle, detrás de la cual había un resplandor, como si hubiera un lugar de luz al otro lado del muro, de la pared resquebrajada.
Se incorporó. Sintió en la piel las arrugas mojadas de las rodilleras del pantalón.
Se acercó al muro. No pudo escalarlo. Al final de una de las resquebrajaduras, a ras de suelo, había un boquete por el que se podría pasar, pensó. Arrastrándose por el suelo consiguió atravesarlo y salir al otro lado.
Miró, desesperado. El resplandor, ahora, refulgía más allá, tras una hilera de árboles, ya en un campo a las afueras de la ciudad. Anochecía. No se veían casas ni personas por los alrededores. Era un campo desierto, con un resplandor detrás de los árboles que lo iluminaba por un flanco. Se encamino hacía allá, en busca del resplandor, sintiendo aún la humedad en las rodillas.
2 comentarios:
molt trist ...
La pregunta es, ¿cuántos callejones sin salida, cuántos resplandores habrá que traspasar hasta llegar al deseado, al añorado, a la ausencia...
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