lunes, 30 de noviembre de 2020

DOS ROSAS BLANCAS PARA EL ABANDONO

 Foto: J.X.

El primer abandono serio fue el típico e inevitable conflicto de juventud: la falta de edad, la desbordada urgencia vital de los veinte años. Se resolvió, a modo de secuela poética, como dice el verso de un poema: “Aquella nuestra noche de pena y perra”.

El segundo abandono, sufrido a otra edad, ya de mayor, y no provocado por las urgencias de la vida, sino por la sombra traidora de la muerte, no ha podido aún convertir la secuela en verso. Ahora parece más arduo, más doloroso, transmutar el abandono, resolverlo en un verso definitivo, que lo fije en el tiempo como un instante de infinito, como un ejercicio breve de eternidad.

Habrá que seguir buscando, no la piedra, sino la palabra filosofal, alquímica, transmutadora del abandono.

Pero, mientras tanto, ahí están, recién puestas y abriéndose en un florero metálico del nicho 1230, la dos rosas blancas de cada sábado para la novia muerta, entregadas por el aprendiz de jardinero que viene de parte del abandono. Con la palabra perfumada, dispuesta entre las dos rosas, aguardando la señal.

1 comentario:

insurrecta de las palabras dijo...


Quizá las dos rosas blancas cumplan la función del poema del verso del primer abandono. Y para este abandono maduro, el de ahora, con el tiempo que ayuda a rebajar el dolor, esas rosas serán tan sanadoras como las palabras del verso del primer abandono.