Al ponerse la mascarilla contra el virus de aquella pandemia que se extendía, letal, por todo el mundo, como si viviéramos en la Edad Media, tenía la oportunidad de ocultar casi la mitad del rostro.
De este modo, los vecinos, no podían ver ya la parte más enjuta de su cara, unas mejillas hundidas.
Ni tendrían ocasión de acusarle de depravación por salir de ronda, cada noche, con la mala compañía de la muerte, que deseaba enamorarlo.
Con trucos de magia y triquiñuelas para cautivarlo, quería la muerte que abandonara aquel bosque donde los espíritus le protegían de sus malas artes.
De vez en cuando, lo enamoraba, lo seducía por unos instantes. Claro que dicen que en esos arrebatos amorosos, pasionales, unos instantes bastan para consumar el acto. Pero él siempre se escabullía, o bien frustraba el acto en el último instante.
Los espíritus cuidaban, además, de la novias muertas, que ellos mismos habían raptado para que reposaran junto al río, escuchando el sonido de los guijarros, y las voces que resonaban en el interior de algunos cantos rodados.
Aquí, la muerte no tendrá dominio*.
*Y la muerte no tendrá dominio, es un verso de Dylan Thomas.
1 comentario:
Si se puede luchar contra la seducción de la muerte, casi siempre se tiene ganada la batalla, Las novias muertas necesitan ser protegidas por los espíritus, ellas no han podido ganar a la muerte y solo les queda encontrar un buen lugar donde reine la paz y la concordia, esperando allí a los que todavía luchan.
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