Foto: J.X.
Cuentan los fabuladores del barrio que aquel vecino solitario, pese a su esquivez, había comentado alguna vez que, un poco antes de irse a dormir, pronunciaba tres veces una frase larga.
Y al despertar, lo mismo, aunque ahora la frase pronunciaba tres veces debía ser una frase corta.
Creía que, cumpliendo este ritual, se conjuraban las monstruosidades del ir y venir del día, así como las monstruosidades que soñaba cada noche.
No quiso explicar qué palabras eran las que le producían un efecto más beneficioso.
Una noche, según cuentan los fabuladores, no pudo pronunciar la palabra larga antes de irse a dormir, por confusión, o por el exceso de monstruosidades que había sufrido a lo largo del día y que no le dejaban pronunciar ni una sola palabra más -no creen que la causa fuera el olvido, o que ya no creyese en la magia de las palabras.
A la mañana siguiente, ya no pudo levantarse.
Al parecer, había dejado de respirar al no producirse aquel ritmo habitual de las frases, una de larga por la noche y una de corta al amanecer, palabras que lo ayudaban a soportar el peso monstruoso de los días y las noches. Y murió asfixiado por falta de palabras, según la conclusión del curandero del barrio a quien llamaron de urgencias (era en las primeras décadas de la postguerra, en Barcelona, y en lo barrios populares la gente confiaba más en los curanderos que en los médicos (o les tenían menos miedo, dadas las maneras dictatoriales que practicaban aquellos que tenían alguna autoridad sobre los otros).
Curiosamente, aquella última noche no se extrajo de la boca, por vez primera en su vida, la dentadura postiza que depositaba en un vaso de cerámica con agua y antiséptico “Oraldine”.
El vaso de cerámica, de color azul con dos hojas verdosas esmaltadas, una más larga que la otra, era el precioso regalo de una novia de la infancia, noviazgo que los mayores, intolerantes, rompieron a la fuerza por haberse querido demasiado a escondidas.
Eso cuentan los fabuladores.
1 comentario:
Hizo bien el vecino solitario llevándose las palabras más beneficiosas, y también acertó haciendo uso del hermoso vaso, recuerdo de un amor de infancia que, como siempre, los intolerantes lograron destruir.
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