Foto: J.X.
Después
de la palabra.
Después
de la elegía y el lamento.
Después
de la oración y la plegaria a Nadie, en el bosque de los espíritus.
Después
del silencio, se inclinan las flores marchitas de la resignación y
crece la “aceptación del dolor”.
La
aceptación del dolor por la novia muerta, obligada a dejar
abandonada la casa, su casa.
Cuando
los espíritus la encontraron en el cementerio marino, la raptaron y
se la llevaron a su bosque, al bosque de los espíritus.
Unos
instantes después, lo raptaron a él, que andaba vagabundeando por
las aceras y atajos del abismo.
Ahora
ambos están albergados en el bosque de los espíritus.
Una
buena noticia espiritual, dice una voz lejana.
Anuncian
los espíritus entendidos, los más viejos del lugar, que, incluso en
los infiernos, hay una salida de emergencia para llegar al bosque, y
dejar los infiernos atrás. Cuya puerta supo abrir el canto de Orfeo
para rescatar a Eurídice (aunque, por impaciencia, vuelve a perderla
al mirar hacia atrás para contemplarla), comenta la misma voz
lejana.
En
cada rincón, un rastro de ausencia. En cada rincón.
Un
rastro de ausencia que no conduce a ninguna parte.
No
te olvides de nosotros, indica uno de los espíritus.
Cuando
pierdas el rastro de la novia muerta, cuando pierdas el rastro,
acuérdate del bosque de los espíritus, y de la voz que resuena en
el interior de la piedra.
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