Foto: J.X.
Los
ojos cerrados, cada vez más cerrados, yéndose la mirada, día a
día.
Ahora
los ojos muy cerrados, pero no despidiéndose aún.
Todavía
no.
Hasta
que, de pronto, los ojos se abren de una forma desmedida, espantosa,
como jamás se habían abierto. Como un grito de silencio que resuena
y resquebraja las paredes de la habitación del Hospital: la última
mirada.
Es
la despedida, la mirada desgarradora, la última mirada, que nunca
sabremos qué veía, qué miraba.
Al
cerrar esa mirada, esos párpados, esos ojos, es tanta y tan infinita
la tristeza de él, que la vida se le cae de las manos y se queda en
la oscuridad absoluta, sin mirada, como ciego.
(Días
después, en el bosque de los espíritus.)
Ten,
se te ha caído esta mirada y la he recogido.
Si
quieres, te la cambio por una flor, por una rosa blanca que habla y
convida a las novias muertas a soñar en el bosque, dice el espíritu
que resbala con las flores.
Él,
agacha la cabeza, sin decir nada.
Cambia
la última mirada, la más honda y espeluznante, la más misteriosa,
por esa rosa blanca cuyo aroma atrae las últimas miradas de las novias muertas
y las conduce al refugio del bosque de los espíritus.
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