lunes, 29 de junio de 2020

LA LLAVE, Y UN NOMBRE


Foto: J.X.

Ayer volvió a la Isla II del Cementerio marino, lugar de la estancia de la novia muerta, y le hizo entrega de la nueva rosa blanca, como cada sábado.
De pronto, aparecieron en la Isla dos muchacha gitanas. Una de ellas se dirigió a él, decidida, y le preguntó si podía dejarle la llave para abrir el nicho de un familiar, porque ella había perdido su llave y en la oficina del cementerio no disponían de ninguna.
(Hay que recordar que esas llaves son universales, es decir, que con una misma llave se pueden abrir los otros nichos del cementerio.)
Él, un poco perplejo y dubitativo por la situación, les respondió que sí, que les dejaba la llave y las acompañaría. Preguntó absurdamente si su nicho familiar quedaba lejos de la Isla II donde él se encontraba. Le respondieron que no, que estaba muy cerca.
Una vez allí, la muchacha gitana que le había pedido la llave se subió a una de esas largas y pesadas escaleras de hierro, transportables, que hay en los cementerios para acceder a los nichos altos.
Abrió la puerta de cristal del nicho, limpio el polvo de la lápida y de la puerta, y volvió a cerrarla (dejó dentro un par de flores de plástico que ya estaban allí, por si un día el nicho se quedaba sin flores frescas, advirtió, previsora). Desde abajo, la otra muchacha dijo: “Rebeca, ten, las flores”. Ella, Rebeca, depositó el ramo de flores en uno de los dos vasos exteriores, fijados en el marco de la puerta del nicho, y bajó de la escalera.
Se acercaron a él, que se había resguardado del sol bajo un árbol, un poco más allá, y le devolvieron la llave, dándole las gracias por la ayuda.
Él aún estaba sorprendido por el nombre. Había sentido un fuerte estremecimiento al escuchar el nombre de Rebeca, que era como se llamaba la novia muerta. También le extrañó un poco que una mujer gitana se llamara Rebeca, y no Antonia, Lola, Carmen o Manuela. Pero disimuló y no les dijo nada.
Pero al regresar a la Isla II, cada vez más intrigado, sintió la necesidad de hablar con ellas y comentarles la coincidencia del nombre, y fue a buscarlas.
Sin embargo, ya no las encontró. Aquel lugar del cementerio estaba muy solitario, como si aquellas dos gitanas, Rebeca y la otra muchacha, no hubieran estado allí. Quedaba el testimonio de la lápida, en cuyo nombre él se había fijado, y también el ramo de flores blancas y la escalera de hierro.
Una semana antes, había coincidido con un entierro gitano frente a la entrada misma de la Isla II, el lugar donde las rosas blancas hablan con la novia muerta, Rebeca.

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