Debe
ser un horror escuchar, a escondidas, cómo algunos de tus amigos o
familiares más próximos hablan mal de ti, tan mal, que te dejan
hecho un asco, una basura. Por no hablar de los simples conocidos o
vecinos. Pues bien, imaginemos por un momento lo que, ahora mismo,
estarán hablando de nosotros, ciudadanos comunes, esos políticos de
cualquier signo, esos banqueros, empresarios, religiosos, militares y
otros grupos de poder, de cualquier clase. Es decir, todos aquellos
en quienes hemos delegado nuestro destino, y que nos necesitan para
cumplir con sus funciones, para seguir ejecutando sus planes, que
casi nunca coinciden con los nuestros, sino todo lo contrario. Así
que, como decía, debe ser un horror escuchar lo que estarán
diciendo ahora mismo para utilizarnos y embaucarnos mejor, comenta
alguien en el bar.
¡Es
usted un anarquista!, exclama la cuñada del dentista,
No,
señora, gracias. Esos anarquistas que se llenan la boca con tanta
lucha universal y cantos internacionales, nunca ven, o no quieren
ver, las injusticias que tienen delante de su propia nariz, en su
propia tierra, y viven la mar de cómodos y satisfechos intentando
resolver los problemas universales, cuanto más lejos, mejor, contesta el desconocido.
No
era así mi abuelo, ni mucho menos. Era revolucionario y contrario a
la violencia, y por eso mismo perseguido por unos y otros, por los
enemigos de allá y de aquí y por algunos conocidos y supuestos
amigos, advierte la nieta del anarquista.
Un
tío mío, hermano de mi madre, era desertor, quería vivir.
Denunciado por un vecino amigo de la familia, fue detenido y
encarcelado, explica la sobrina de la peluquera.
Mi
padre sobrevivió en el monte, como un conejo de madriguera, al lado
de otros conejos, como decían los fascistas, comunistas y
anarquistas de aquel tiempo, burlándose y riéndose mientras jugaban
a la ruleta rusa entre ellos y con los demás, paseándolos, explica
la vidente del barrio.
Malos,
muy malos tiempos, señala el politólogo.
Malos
tiempos siempre para los mismos, añade el periodista en paro..
Estoy
harta de tanto veraneo y violencia, de tantos discursos y
manipulaciones, tengo ganas de cerrar el bar e irme de esta ciudad, a
un lugar desconocido, apunta la dueña del bar.
Todo
es inútil. En la cima de la montaña, habrá una, dos, cien,
quinientas banderas que la expulsarán y la arrojarán al abismo,
resume el humorista.
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