Cuenta
la dueña del bar: Mi marido y yo nos disponíamos a abrir una pizza
delante de la TV (la pizza que siempre nos trae la ciclista de
“Pizzas ecológicas” el día que juega el Barça), cuando empezó
en el campo el jaleo de pitos, flautas y banderas independentistas al
viento.
Se
protestaba contra el himno de la UEFA, que impuso, como dicta la ley,
una multa al Barça por dejar ondear banderas ilegales, explica la
fiscal del barrio.
¿Los
culés también caerán en desacato?, pregunta la hermana del
informático.
¡Qué
se han creído, los culés y todo dios (con perdón), que se saque
una banderola ilegal de la manga o el calzoncillo!, exclama la cuñada
del dentista.
¡Pues
anda que el otro día no hubo banderas en la calle (800.000, sin
contar las de los abuelos, los que trabajan, los enfermos y otros que
no pudieron asistir)! ¡No habrá juzgados para alojar a tanto
desacato!, dice la sobrina dela peluquera.
Venga,
venga, no seas tremendista, que se te va a caer el pelo de la
peluquería, advierte la fiscal del barrio.
Ni
pelo ni pelas de las antiguas pesetas, sino 7-0, contesta el
humorista.
Una
goleada de goles y banderas al viento, bajo el cielo que amenaza
lluvia, podríamos decir, apunta el poeta romántico.
“Los
tiempos están cambiando / y la respuesta ya no está en el viento, /
sino aquí mismo, / si abres los ojos y quieres verlo”, como
cantaba mi abuelo, indica la nieta del anarquista.
Tengo
varios cancioneros de Bob Dylan en la tienda, descatalogados y a
precios de oferta, anuncia la librera del barrio.
¡Y
Rita Barberá sin cantar, en la portería, sin entrenador ni
defensas, la pobre!, comenta la vidente del barrio.
Como
mi madre, sola y sin novio-pulga o parásito a la vista, bromea la
hija de la bibliotecaria.
Calla,
niña, calla, que me da la risa y se me cae la cerveza, ¡con tanto
club nacional de tales prendas, bolsos, trajes y otras prebendas!,
exclama la dueña del bar, rimando.
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