Foto: J.X.
Nos refugiamos al fondo de un bar, mal iluminado.
Bajo aquella penumbra acogedora, me reveló su amor secreto.
Me contó que debía purificarse a diario mientras viviera, a fin de poder entrar muerto y bien purificado en la tumba de su amada.
Sólo entonces serían dos amantes difuntos libres de culpa, y podrían festejar sus bodas en el jardín del cementerio, bailando con ramos de flores, y ofreciendo bandejas de fruta y botellines de cava y cerveza a todos los muertos convidados a la fiesta de la inocencia.
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