Foto: J.X.
Le gustaba contar que escribía en la mesa de un bar como si estuviera actuando en un teatro. Para llamar la atención de algunos clientes, sobretodo de aquellos que le resultaban más simpáticos.
Al escribir así, a la vista del público, podía mostrar su soledad sin que nadie adivinara su verdadero propósito; sin decir abiertamente que estaba solo y abandonado en la vida
Ponía una hojita de papel sobre la mesa del bar, y con un bolígrafo o un lápiz -le bastaba un trozo de lápiz- escribía una frase o un verso. Movía la cabeza y miraba a lo lejos buscando inspiración, gesticulaba con el pequeño lápiz entre los dedos, seleccionaba gestos delicados como si quisiera mostrar en público sus sentimientos, pero de forma velada. De tal modo iba exhibiendo su soledad, su fragilidad en medio de este mundo. O por lo menos, esto es lo que él creía al hacer aquella representación: un escritor que necesita protección, un poeta que refugia su desolación en la mesa del rincón de un bar.
¿Era su comedia una acción de demanda, un gesto de requerimiento amoroso, una plegaria escenificada?
¿Un grito callado en el vacío, un grito de socorro disimulado en el interior de un bar?
¿Acaso creía que si se fijaban en él y miraban con atención cómo escribía en la mesa del bar, con un lápiz gastado en la mano..., o haciendo ver que escribía..., acaso imaginaba que con esta representación el público asistente se interesaría por él, por su vida, por su obra, y que tal vez algunos de los clientes, los más simpáticos, comenzarían a quererle un poco más?
¿Acaso había alguna palabra o alguna mirada ajena que pudiera redimirlo de la realidad?
¿Había alguna palabra para él, un humilde farsante del alma?
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