Foto: J.X.
Lo primero que hacía al entrar en un local: tienda, bar, ateneo, centro cívico, cualquier local abierto al público -pues hacerlo en casas privadas era muy difícil, tarea casi imposible, aunque se podía intentar-, era mirar si había dos puertas opuestas, contrarias, abiertas: la de entrada y salida, y otra al fondo o en un lateral, generando corrientes de aire.
Así, pues, en caso de que el local tuviera dos puertas y ambas estuviesen abiertas, hiciera frío o calor, él ya se preparaba, con disimulo, para cerrar una de ellas en cuanto le fuera posible.
Cuando, pese a todo el trabajo de astucia que requiere un disimulo bien realizado, le pillaban con las manos en la masa, es decir, con la manos en la puerta que ya estaba a punto de cerrar, y le preguntaban, ¿qué estaba haciendo, por qué cerraba la puerta?, él tenía, como argumento rápido, una excusa espiritual: les decía que las corrientes de aire le enfriaban el alma.
Pero con tal excusa solo conseguía que los cálculos y preparativos para cerrar una puerta se le vinieran abajo y se le complicara la tarea del cierre con toda la burla de que era objeto.
Entonces, agarraban la puerta de inmediato y abriéndola otra vez, le respondían de mala manera que lo que le pasaba era que tenía un miedo terrible a los resfriados. Que era un miedoso y además un incívico que hacía las cosas sin consultar a los demás.
Vapuleado por todas partes, se despedía como podía, pidiendo disculpas y estornudando. Mientras los otros se reían y lo arrastraban a la calle, él se defendía diciendo que estornudaba por culpa de las dos puertas abiertas, y que muy pronto se quedaría sin alma, ahuyentada por esas corrientes de aire. Que si estornudaba -añadía-, era porque las almas también se resfrían.
Su esposa y sus tres hijos también se reían -con cierta ternura- de esta lucha extravagante, de este duelo a espadas que él mantenía contra las corrientes de aire, aunque a veces tuvieran que ir a la comisaría o al hospital a recogerlo.
2 comentarios:
En tu relato observo que tu personaje nunca cerraba todas las puertas a pesar de sus resfriados. Eso está bien, pues en el todo te puedes dar con lo finito, y de ahí que para comprender lo infinito una puerta abierta equivale a cuestionarse qué representan nuestras formas de medir las cosas en la tierra. Y llevarlas al universo, donde solo podemos tomar la última estrella por la penúltima.
Puedes resfriarte si hay dos puertas abiertas en tu camino y no intentas cerrarlas. Sin embargo, es muy conveniente dejar siempre una puerta abierta por si tienes que escapar de peligros peores que un simple resfriado.
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