Al principio, se ponía la mascarilla para cortar la intercomunicación con el virus de la pandemia que andaba suelto por el mundo -”la intercomunicación viral”, como decía él.
Pero, al poco tiempo, comprobó que la mascarilla era también una ventaja muy útil para ocultar las conversaciones íntimas consigo mismo mientras merodeaba por las calles.
De este modo, mediante la mascarilla, conseguía mantener bajo secreto diplomático sus discusiones imaginarias con determinados vivos (líderes políticos y de opinión, representantes sociales, militantes de sindicatos, de partidos políticos, y, en suma, con periodistas y demás opinadores mediáticos con los que estaba en total desacuerdo).
Pero, sobre todo, era una manera de hablar con sus queridos muertos, sin llamar la atención.
Hablar tranquilamente con los muertos y cortejar a su novia difunta mientras callejeaba, sin temor al qué dirán los vivos fisgones de tales amoríos furtivos.
Todo gracias a la función aislante de la mascarilla, que disimulaba los movimientos labiales y ocultaba las palabras susurradas a los muertos.
Una vida secreta que era posible mantener por ir enmascarado, por ser el transeúnte enmascarado.
Con la mascarilla en la boca, en la nariz y en las palabras.
"Tengo que olvidar tantos buenos recuerdos..., para sobrevivir", decía, balbuceando, con los dos ojos tristes y la mascarilla puesta, en el interior de aquel bar, al fondo, más al fondo, en esta mesa, gracias.
2 comentarios:
El final: "..., al fondo, más al fondo, en esta mesa, gracias.", m'ha trasbalsat, o millor, m'ha traslladat.
A on?, encara no ho sé, però està bé, sí, està bé.
¿La mascarilla de las palabras o del silencio?
Un silencio exterior que se convierte en palabras en el interior de una mascarilla.
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