Foto: J.X.
Dijo que me entregaría unos cuantos papeles en los que resumía la historia de una vida, de su vida. Antes de entregármelos, sin embargo, quería leerme unos cuantos fragmentos, y para ello nos refugiamos en un rincón tranquilo del bar. Con voz entrecortada comenzó a leer:
“Aquello duró demasiado tiempo. En largos períodos de su vida, sus pies se desviaban por caminos tortuosos que lo conducían a lugares remotos y secretos... Lugares de perdición en que uno, alucinado, podía rozar el delito, o caer en él, en un foso devorador, sin fondo ni rama alguna donde agarrarse. Cayendo sin tener plena conciencia de dicha caída... Sí, durante demasiado tiempo fue dando vueltas de una caída a otra, como sonámbulo pero despierto, por callejuelas con la salida tapiada, enclaustrado en un laberinto con hilos de Ariadna rotos, quemados. Había sido enclaustrado, con la razón y los instintos esclavizados. Una pérdida, un encadenamiento de los pies a la cabeza, en tierra de nadie, una tierra quemada, devastada. Sin salida posible, en un lugar remoto y secreto, en un lugar de perdición, de vacío, donde toda esperanza te abandonaba...
Pero el dolor y la muerte de un ser amado, la desesperada y letal ausencia de ella, hizo que lo amado, por mediación de ella, bajara las escaleras hasta el último foso de la esclavitud y lo encontrara allí, enclaustrado, con el corazón pisoteado y el alma encadenada... Rompió las rejas, abrió la celda y lo subió a la superficie del mar, donde lavó su corazón y su alma con la sangre amorosa que se derramaba de todos los ahogados, de todos los muertos de amor imposible.”
Al finalizar la lectura de estos fragmentos, me entregó los papeles (unas cuantas hojas sueltas escrita a lápiz). Pero me dijo que no los leyera allí, en el bar, sino que lo hiciera más tarde, cuando llegara a casa. Me rogó, sobretodo, que nunca le mencionara nada de lo que fuera descubriendo en la lectura de esos papeles. Que jamás le recordara ni un solo día de toda la historia de aquellos años tan atormentados de su vida.
Lo amado..., lo amado... -repitió dos veces-, había lavado con sangre amorosa todo el horror y las heridas mortales de aquellos largos días, y los había sepultado en una gruta, en el fondo del mar, con las últimas flores y los peces transparentes guardando la entrada.
1 comentario:
Lavar con sangre amorosa y sepultar los días amargos en una gruta en el fondo del mar, es una bella manera de curar las heridas, los horrores... y hacerse perdonar con tan solo dos palabras " lo amado".
Publicar un comentario