Foto: J.X.
Hay
que seguir.
¿Hay
que seguir?
Enfrente,
una encrucijada de caminos.
¿Hacia
dónde hay que seguir?
¿A
la derecha, a la izquierda?
Hacia
arriba.
¿Seguro?
No puedo, no tengo alas.
Tampoco
los espíritus tenemos alas,
no
somos pájaros ni ángeles.
¿Entonces?
Nadie
ha dicho de volar, no se trata de eso.
Hay
que ir hacia arriba, mirando, dejando que la mirada se escape de los
ojos y que lo contemplado tire de ti por arriba.
Como
una contemplación, como una visión que te absorbe desde arriba. Que
te retiene arriba, sin un porqué.
Hay
que quererlo. Pero hay que quererlo sin preguntar.
Como
se quiere a una novia muerta.
Como
la rosa blanca cuyo aroma habla con ella y la despierta.
Hay
que quererlo, aunque no se entienda.
Hay
que sentirlo, aunque no se pueda decir con palabras.
Como
la tristeza de salir a la calle cuando se ha recorrido demasiada
muerte.
Como
el rapto de la novia muerta, que es rescatada y llevada al refugio
del bosque de los espíritus. Con nosotros.
Hay
que quererlo, aun sin entender.
Como
la voz que resuena en el interior de una piedra.
Un
rumor de hojas frescas viene del río, por arriba, atraviesa tu
infancia, desciende por calles húmedas y caminos solitarios, hasta
lo más profundo, hasta lo más bajo, pero vuelve a subir y, al fin,
el frescor te alcanza en medio del alma.
Es
la brisa del bosque de los espíritus. Donde nos hemos refugiado.
Donde permanece todo lo perdido más abajo.
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