viernes, 12 de junio de 2020

DE LOS INFIERNOS AL BOSQUE


Foto: J.X.

El problema de bajar a los infiernos, por curiosidad, como han hecho a lo largo de la historia, algunos poetas y artistas; o por necesidad, como hizo Orfeo tocando la lira y cantando para rescatar a Eurídice, se plantea después, al ascender.
Ante lo escarpado y las tentaciones que cubren de hojas y de musgo el camino de subida, para disimularlo, los vigilantes del abismo intentan confundir a los caminantes, haciéndolos resbalar de nuevo hacia abajo, como me ocurrió una vez a mí, confiesa el espíritu que resbala con las flores, desde entonces, añade.
Como dijo un Sumo Pontífice: “El cielo no es un lugar físico entre las nubes, y el infierno tampoco es un lugar”, comenta una voz lejana del bosque.
No hay que bajar, no hay que descender a ningún lugar para curiosear o vivir las fiestas grotescas que se cuecen en los infiernos: están en casa o al lado de casa, a la vuelta de la esquina o cruzando una frontera. Los infiernos están aquí mismo, en nuestra querida tierra diabólica, explica otro espíritu, el bebedor de cerveza.
Estamos mejor aquí, en vuestro bosque, en el bosque de los espíritus, custodiando la estancia de la novia muerta, entre las flores y el rumor de las hojas, bajo el manto de plumas que dejan caer los pájaros desde los árboles, para abrigarle el sueño, dice él.
Mientras tanto, esperaremos que se rompa el confinamiento de las flores de la ciudad, y podamos volver a la rosa blanca cuyo aroma habla con las novias muertas, pronostica otro de los espíritus.
También podríamos quedarnos en el bosque de los espíritus para siempre, y bajar a la ciudad un día a la semana, los sábados, para adquirir la rosa blanca que viste con un rama el kiosquero del cementerio, indica el espíritu que resbala con las flores.
En lugar de descender y ascender de los infiernos, bajaremos y subiremos, de la ciudad alocada y resquebrajada, al bosque de los espíritus, donde las novias muertas, al despertar bajo la sombra de los árboles, nos invitarán a bailar un vals, que no será nunca el último vals, anuncia una voz que resuena en el interior de una piedra.


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